La imaginación y la memoria
en el oficio del novelista

La imaginación y la memoria <BR>en el oficio del novelista

DIÓGENES VALDEZ
Se da por descontado que en el oficio del novelista las vivencias (propias o ajenas), tienen una gran incidencia en el momento de abordar un tema. Se tiene casi por un dogma, que es mejor novelista aquel escritor que ha tenido mayores experiencias personales. Es indudable que a tal creencia contribuyó mucho la figura patriarcal de Ernest Hemingway.

Muchas de sus grandes novelas nacieron de las realidades que le tocó vivir: «Por quien doblan las campanas» encuentran su tramado literario en las experiencias adquiridas durante la guerra civil española, en la que indistintamente se desempeñó como enfermero, y como corresponsal de guerra de un periódico canadiense.

Fiesta» un breve pero intenso texto, tiene como decorado una corrida de toros y «Muerte en la tarde» recoge sus experiencias de uno de los tantos «San Fermín» que le tocó presenciar. De los diversos safaris en que participó quedaron novelas memorables como «Las nieves del Kilimanjaro» y «Las verdes colinas de Africa».

Estos ejemplos sirven para ilustrar hasta que punto las vivencias son importantes para quien ha tomado como profesión la hermosa tarea de construir ficciones.

Un reconocido novelista chileno (Roberto Bolaño), en un extraordinario relato que oscila entre la ficción y el testimonio histórico, en su calidad de personaje de ficción, revela al escritor español Javier Cercas, autor de la novela «Soldados de Salamina», un asunto importante en el oficio novelar.

«Soldados de Salamina» resulta una lectura apasionante. Bolaño es uno de los tantos escritores chilenos que tuvo que tomar el camino del exilio a raíz del golpe fascistoide de Augusto Pinochet, contra el gobierno democrático de Salvador Allende, es «el personaje» que aporta la clave para revelar ciertos aspectos oscuros acerca del falso fusilamiento de Rafael Sánchez Maza, uno de los fundadores de la Falange española.

La novela de Cercas, bien llevada en todo momento, no decae nunca en el interés del lector. El término «novela» a veces no parece aplicable al texto, porque oscila entre el informe periodístico, el documento y el relato histórico, sin las truchimanerías a las que recurriría, un George Simeon o una Agatha Christie.

Hay un aspecto que es dable destacar en esta maravillosa narración: el didáctico.

En una entrevista entre el periodista Javier Cercas y el novelista Roberto Bolaño (el de carne y hueso, no el de ficción), a una pregunta acerca de «si estaba escribiendo algo», exclusivamente alguna novela. Cercas, que tiempo atrás había escrito «El inquilino» (1989) y «El móvil» (1987), responde de la siguiente manera:

«Ya no escribo novelas. (…) He descubierto que no tengo imaginación».

A lo que Bolaño, de acuerdo con su vasta experiencia responde que:

– Para escribir novelas no hace falta imaginación. Sólo memoria. Las novelas se escriben combinando recuerdos (cursivas D.V.).

Esta aseveración tiene un gran valor didáctico, sobre todo para los jóvenes que aspiran iniciarse y hacer carrera en tan impresionante profesión. Bolaños confirma que «todos los buenos relatos son relatos reales, por lo menos para quien los lee, que es el único que cuenta».

«Soldados de Salamina» es una novela con final de cuento y como cuento al fin, más vale no revelarla al lector, sin embargo, resulta imposible no decir que existen (o coexisten) en la misma, un falso tema (el seudofusilamiento de Sánchez Mazas) y uno que es verdadero (la búsqueda de un héroe). Todo eso lo revela el personaje llamado Miralles cuando recrimina en pleno rostro del novelista, lo siguiente:

– ¡Hay que joderse con los escritores!-. (…) Así que lo que andabas buscando es un héroe. Y ese héroe soy yo (…) ¿Pues sabe una cosa? En la paz no hay héroes (…) los héroes sólo son héroes cuando se mueren o los matan. Y los héroes de verdad nacen en la guerra y mueren en la guerra. No hay héroes vivos, joven. Todos están muertos. Muertos, muertos, muertos.

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