La impaciencia frena la recuperación

La impaciencia frena la recuperación

FABIO R. HERRERA-MINIÑO
Pese a la notable recuperación económica que ha experimentado el país en los últimos nueve meses y después de su cuatrenio perdido del 2000 al 2004, los dominicanos les damos la espalda a los éxitos logrados y nos sumergimos en una increíble plañidera e impaciencia, acompañado de la sensación de que no se ha hecho nada y que el país va pa’trás como el cangrejo.

La sensación de que no se ha hecho nada viene provocada por la desequilibrada costumbre del presidente anterior, que hablaba a todas horas y de todos los temas, dejando a los dominicanos sumergidos en una inestabilidad emocional que provocó desconfianza y preocupaciones del futuro, cuando veían que la economía se derrumbaba y cada vez había más pobreza y ciudadanos involucrados en negocios ilícitos o intentando viajar ilegal hacia otros países o cruzando el canal de la Mona hacia Puerto Rico.

Además, los dominicanos pusimos todas nuestras ilusiones de que se iba a castigar de inmediato a los que cometieron aviesos actos de latrocinio y desfalco a la Nación, en especial a los que quebraron los bancos, y hasta la fecha, parecería que todo se quiere sumergir en un limbo jurídico para que el asunto se olvide, cosa a lo que no están dispuestos muchas e importantes entidades nacionales e internacionales, y éstas dilatan desembolsos de préstamos, esperando una acción decisiva de que los banqueros culpables del colapso bancario del 2003 sean condenados.

La naturaleza del dominicano, en su etnia y raíces genéticas, lleva dentro el bacilo de la impaciencia, y todo quiere que se lo resuelvan de inmediato. De ahí vemos como no nos gusta hacer filas, no respetar las luces de los semáforos, exigir a los camareros en los restaurantes que nos sirvan primero, en fin, que en todo queremos ser los primeros y todo hecho con rapidez, razón por la cual es difícil aplicar en el país ningún plan de austeridad que lleve orden y racionalidad en la conducta nacional, para que el país se sacuda de su pobreza y resuelva la crisis actual, que tuvo graves repercusiones convirtiendo al país en un narco estado caribeño.

Y a lo anterior se le añade lo que ocurre en los niveles más altos de la sociedad, en donde son muchos los empresarios, en especial los de las nuevas generaciones, que no resisten esperar cinco o diez años para ver la recuperación de sus inversiones, y casi todos pretenden en no más de tres años recuperar con creces sus inversiones. Eso da lugar a grandes evasiones fiscales, componendas con las autoridades aduanales y al final ofrecen un producto o servicio de baja calidad y caro que resulta anticompetitivo frente a sus similares de ultramar.

La competitividad en el país es una meta casi inalcanzable, ya que el sector empresarial no está preparado, mental ni éticamente, para aplicarla.

Por eso es que el TLC con Estados Unidos tiene tantos escollos en su camino, debido a que la maquinaria productiva nacional estaría desguarnecida frente a una oleada de productos de mejor calidad y precios que llegarían de los Estados Unidos o de los países centroamericanos, los cuales tendrían entrada libre de impuestos, por encima de la comisión cambiaria.

La ñoñería empresarial dominicana está por llegar a su final. La impaciencia que caracterizaba al comportamiento del sector para recuperar en poco tiempo sus inversiones, sufrirá un duro golpe cuando otras reglas del mercado entren en el panorama y el consumidor dominicano exija calidad. Y ya no servirán los mensajes subliminales que nos quieren imponer a nombre del patriotismo o el nacionalismo, productos criollos de mala calidad y caros, cuando por tanto tiempo el consumidor ha sido una víctima fácil, esperando que lo lleven al matadero de los sectores empresariales, que después de la desaparición de Trujillo, durante los pasados 44 años, han hecho del país un coto cerrado para beneficiarse con sus exigencias a los gobiernos.

Esos grupos empresariales, con su bajo perfil, tienen más poder que los políticos corruptos o los guardias, que antes metían miedo cuando se les acosaba o se les cancelaba, y se hablaba de una vez de golpe de estado.

Fueron las fuentes de inestabilidad que antes se temía, y junto con algunos religiosos, se creía que era necesario mantenerlos apaciguados a toda costa para evitar un colapso institucional. Ahora se nota que cuando Impuestos Internos trata de frenar el alto nivel de evasión en el ITBIS y en otros impuestos, surgen voces para que tal cosa se amortigüe en bien de la gobernabilidad, para que el país continúe sometido a la voluntad de unos pocos, que desde las sombras y sin dar la cara como los políticos, los militares o los religiosos, han hecho y deshecho con más eficacia los patrimonios y recursos de los gobiernos postdictadura. Es decir que para exigir con impaciencia, justicia, honestidad y equidad, tal cosa es mala cuando afecta a los empresarios.

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