Es conveniente que las decisiones del Gobierno recaigan en los políticos
Hace bastante tiempo vengo escribiendo sobre la necesidad que tienen los Estados de contar con administraciones públicas sanas. Mis primeros artículos en ese sentido datan de 35 o 40 años. Porque desempeñan un papel sumamente importante, no solo en el plano de la ejecución, sino también para la elaboración de decisiones gubernamentales efectivas y transparentes.
Si se quiere, de manera transportada o influenciada, en muchos países esa tarea se les ha asignado a técnicos con fama de cierta autonomía y vinculados a sectores importantes. Partiendo del criterio de que los regímenes se suceden, pero la administración permanece. Representando un poder real, digno de ser tomado en cuenta.
Sobre el tema de la administración pública, un importante teórico cristiano escribió: “dado que representa una potencia tal de administración, tiende a sentir la tentación inversa, la de acapararse del gobierno.
Tentación tanto más fuerte cuando los miembros del gobierno (en principio políticos) son considerados con frecuencia memos competentes que los administrativos (técnicos) en su dominio. Una aparente necesidad técnica tiende de esta forma, a causa de la complejidad de las tareas gubernamentales, a identificar el Estado y la administración para desembocar en tecnocracia”.
Quiere decir, que el instrumento no debe sustituir el brazo y menos aún a la cabeza. Una eficacia momentáneamente mayor no debe ilusionar, porque finalmente la política no es absolutamente pura técnica, aunque los componentes técnicos y económicos son sumamente importantes.
Por tanto, independientemente de que altos y medios funcionarios (técnicos) del Estado permanezcan en sus puestos, es conveniente que las decisiones recaigan en los políticos. Porque como bien dice el autor: “hay que desmitificar los problemas económicos”.
Los técnicos tienen indudablemente una gran responsabilidad en las tareas de administración, pero conviene que crezca la tendencia a que en las decisiones importantes que adopte el Estado, graviten con más peso los políticos. Sin que ello signifique un abandono a la disciplina y respeto de las normas de sana administración.
Muy por el contrario, significaría un compromiso de ajustarse a estas y a fortalecerla. Para que ninguna huella político-coyuntural la haga apartarse de su esencia e impida que los cambios a que están sometidos los Estados en los regímenes democráticos la conviertan en una frágil canoa dentro de un caudaloso río. Como ha ocurrido en muchos países en diferentes épocas.
Por décadas en toda Latinoamérica se ha hablado de sanas administraciones y de la necesidad de institucionalizar las cosas. Muchos políticos se llenaron los pulmones predicándola, pero sus acciones al paso por el Gobierno terminaron muy distantes de ello. Incluso algunos irrespetando elementales normas escritas y sobreentendidas.
Que Dios le permita a los servidores públicos, especialmente a los funcionarios de mayor jerarquía, comprender en toda su magnitud los errores del pasado. Y los ilumine a convertir en realidad, por lo menos algunas de las ilusiones y esperanzas de los pueblos hacia sanas administraciones públicas que involucren al Estado en su conjunto.
Ejecutivo civil y militar, legislativo y judicial. Eso aumenta las posibilidades de bienestar colectivo. Además forma parte de la concepción cristiana del hombre y de los ciudadanos.