La imprescindible moral oficial

La imprescindible moral oficial

Si algo existe en lo que hoy los dominicanos estamos de acuerdo, es en lo del deterioro moral de la República. Nadie lo duda: se han fragmentado los valores que otrora sustentaron un cierto equilibrio social que permitían diferenciar entre lo bueno de lo malo.

Lo sabemos. Lo veíamos venir, pero sus espantosas y degradantes consecuencias han roto el último reducto de negación y el vano esfuerzo de disimular el cataclismo.

Las razones del fenómeno son múltiples. Sus causas desiguales y diversas han sido estudiadas, analizadas y denunciadas con claridad irrebatible por la élite intelectual de occidente. Son ya verdades establecidas.

Se han ofrecido acertados correctivos para el peligroso problema social. Pero, con minúsculas excepciones, en América Latina, y en nuestro país en particular, todo sigue “cuesta abajo en mi rodada…”. Entiendo que no hay misterio en el fracaso de los remedios: el “nudo gordiano” se encuentra en la ausencia de una moral oficial.

Hoy la población esta convencida, no puede no estarlo, de que el Estado delinque, de que la Policía delinque, de que las Fuerzas Armadas delinquen y, peor aun, de que el sistema judicial está a la merced del poder y del dinero. El colectivo afirma que sus políticos constituyen una asociación de malhechores.

Hollywood aparte, el imperio romano- cuya extensión apabulla la imaginación contemporánea- pudo sobrevivir setecientos años debido a su impecable estructura administrativa y a la aplicación en su territorio (Asia, Europa y África), del derecho romano. Su período de mayor prosperidad se caracterizó por la rígida ejecución de las leyes. Su época de deterioro, y finalmente su caída, se debieron al resquebrajamiento de las normas civiles y militares que sustentaban el imperio.

Cuando se repasa la historia en sus diferentes contextos culturales, comprobamos que las hecatombes sociales que signa la astenia ética de los gobiernos dan al traste con la civilización y concluyen en tragedia.

Fueron insuficientes el crecimiento económico, el producto nacional bruto, los grandes proyectos, el nombramiento de comisiones o la inversión extranjera. Con ambigüedades oficiales resulta imposible adecentar la ciudadanía.

La retórica carece de fuerza para contener la fragmentación de los valores. Sólo una moral oficial creíble, ejecutiva, valiente y sin compromisos puede enderezar el entuerto. La delincuencia, cualesquiera que sea el color de su cuello, es hija y no madre de la parálisis ética del Estado.

Cuando en Norteamérica se pide la renuncia de funcionarios por escándalos sexuales, fiscales o de cualquier otra índole se piensa que esas son “gringadas”.

O nos lo tomamos a broma tratando de demostrar que “los americanos” son tan pícaros como nosotros. ¡Nada más lejos de la realidad! El propósito de esas acciones es la de recordar que hay normas inapelables y castigos impostergables.

La moral oficial es imprescindible, sin ella, aquellos que cumplen con su deber ciudadano y profesional como el senador Guerrero, Nuria Piera y Huchi Lora quedarán olvidados en alguna página de la historia de aquella isla de piratas que naufragó en el Caribe.

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