La impronta del gobierno militar norteamericano

La impronta del gobierno militar norteamericano

La intervención de 1916
El gobierno militar norteamericano, entronizado en el país en 1916, estuvo representado por cuatro gobernantes oficiales: Henry Knapp, Thomas Snowden, Samuel Robinson y Harry Lee, que aplicaron fuertes medidas en los aspectos militar, económico, político y social. En lo político los marines aplicaron una censura que trastornaron las actividades de la vida civil en la que la prensa y los periodistas fueron los más perjudicados. Emprendieron encarcelamiento, destierro y desaparición de comunicadores que no comulgaban con el régimen.
En una orden ejecutiva el almirante Knapp prohibió la elección de dominicanos a los ministerios de Interior y Policía y de Guerra y Marina en el gabinete de su gobierno. Semanas después, los ministros del Presidente provisional Francisco Henríquez y Carvajal que se negaron a servir con el gobierno extranjero, fueron sustituidos por oficiales de la marina yanqui que no hablaban español.
En principio el gobierno militar admitió que los miembros del congreso dominicano elegidos durante la administración del presidente Manuel Jiménez, cuyos mandatos terminaban dentro de los dos o cuatro años, eran legisladores legales; sin embargo, negó esta calidad a los elegidos en los comicios celebrados durante la interinidad el gobernante Henríquez y Carvajal, bajo el alegato que no eran miembros de un gobierno legítimo porque su elección se había producido bajo un régimen no reconocido por los Estados Unidos.
Mediante otra orden ejecutiva, votada el dos de enero de 1917, se prohibieron las sesiones del Congreso dominicano hasta que fuesen celebradas nuevas elecciones para llenar las vacantes, y en consecuencia, “quedaban suspendidos los senadores y diputados cuyo periodo no había expirado”. En apenas un mes el gobierno dominicano fue transformado en un régimen puramente militar.
El ministro norteamericano W. Russell, que se encontraba en Washington al proclamarse el gobierno militar, recibió la orden de regresar a Santo Domingo, y el Secretario de Estado Lansisng instruyó para que la legación ocupara la misma posición de antes de la ocupación y también que pasara a ser considerada como la representación civil del gobierno yanqui en territorio dominicano. En sus primeros despachos desde aquí, el ministro Russell transmitió al departamento de Estado su impresión de cómo el pueblo dominicano “había aceptado el nuevo orden”. Según él, “los politicastros desilusionados eran las únicas personas descontentas”, al tiempo que sugería que el gobierno militar, o un régimen de facto encabezado por un gobernador americano “debería continuar en ejercicio durante un año cuando menos, implantando las reformas completas necesarias con la ayuda voluntaria de unos dominicanos patrióticos”. ¡Qué felonía! Para Russell los “politicastros” eran, nada más y nada menos, que personalidades como Américo Lugo, Fabio Fiallo, Emiliano Tejera, Enrique Apolinar Henríquez y otros.
Después de la resistencia inicial opuesta a los invasores imperó un estado de tranquilidad general en las regiones Norte y Sur, lo mismo que en las cercanías de la capital. A pesar de la tranquilidad reinante, a mediados de junio desembarcaron los yanquis en Montecristi, al mando del general Pendleton, previo bloqueo del puerto el día anterior por tres buques de guerra, de los cuales bajaron a tierra un capitán y cuatro oficiales de EE.UU., que informaron al comandante de armas, general Jesús Castro, que al otro día, a las seis de la mañana, desembarcarían tropas que ocuparían la ciudad. En una reacción patriótica Castro contestó:
“Yo también tengo órdenes de mis superiores de esperarlos en la playa, para que nos demos de frente”. Los oficiales volvieron a sus barcos, colocándose dos de ellos en el sitio llamado Quebré, desde donde se dominaba la fortaleza de Montecristi, disponiendo sus piezas de artillería contra el recinto militar y la ciudad.
Damas montecristeñas se acercaron en comisiones al general Castro y le hicieron ver el peligro que corría la población civil, expuesta a un bombardeo de los barcos yanquis. Castro resolvió abandonar la ciudad y se retiró con sus tropas hasta la sección de Rincón, a pocos kilómetros de la población, y dispuso que el capitán Vidal Muñoz ocupara la barca sobre el río Yaque. Al día siguiente se produjo el desembarco yanqui y la ocupación de la ciudad sin resistencia alguna.
El traidor Tavito Cántaro suministró informaciones sobre los patriotas a los yanquis y se prestó a servir de guía en las operaciones, cuando salieron tres columnas de marines hacia la barca que defendía Muñoz. Los dominicanos se lanzaron a enfrentar a los invasores, pero fueron barridos por el fuego nutrido de las ametralladoras. Pocos lograron salvar la vida, porque sus armas eran inferiores y el desbande fue inevitable. Entre los muertos se encontraba el valiente capitán Muñoz.
Las fuerzas de ocupación comandadas por el gendarme Pendleton se dirigieron de Montecristi a Santiago, y se encontraron con el batallón dominicano “Entre Ríos”, apostado en la Barranquita,, donde cayó el valiente capitán Máximo Cabral.//

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