La incertidumbre democrática

La incertidumbre democrática

POR WILFREDO LOZANO
En un memorable y hoy clásico artículo Adams Przeworsky nos enseñaba que el ciudadano democrático era aquel cuya pasión y virtud cívica la definía el propio título del artículo: ama la incertidumbre y serás democrático.

De esta forma, Przeworsky con su fina inteligencia se colocaba en la tradición schumpenteriana donde la democracia en tanto régimen se define por el procedimiento que organiza la selección de los cuadros dirigentes en el estado: las elecciones, a partir de algún criterio de definición de mayoría.

En un régimen democrático los resultados del certamen electoral son inciertos, de ahí la necesidad de que el ciudadano asuma la incertidumbre de estos resultados como un valor político que debe defender, aún cuando los mismos no sean los que esperaba con su voto. En este esquema político, el elector debe asumir, pues, la cultura de la incertidumbre.

Siempre siguiendo el enfoque de Przeworsky, podríamos nosotros agregar que la incertidumbre democrática tiene al menos dos caras o versiones: la incertidumbre virtuosa de una democracia institucionalizada donde lo que es incierto son los resultados electorales y la incertidumbre perversa, donde lo que es realmente incierto son las condiciones en que se desempeña el proceso electoral.

De acuerdo a la conducta de su élite política, nuestra democracia estaría más bien ubicada en la segunda categoría -la perversa-, pero se ubicaría en el marco de la incertidumbre virtuosa en atención a la ejemplar conducta de los ciudadanos. Esta contradicción no siempre se reconoce y asume en sus consecuencias.

El último certamen electoral dominicano revela claramente el carácter de nuestra incertidumbre democrática. Como método de discusión los debates de la élite (dirigentes políticos, comentaristas de prensa, intelectuales, empresarios y el clero) asumen la duda de los procedimientos del certamen electoral. Nadie confía en la transparencia de las instituciones tras la cual se administra y organiza las elecciones. El interés partidarista sustituye la defensa del ciudadano. En fin, se trata de una incertidumbre perversa la que caracteriza a nuestra élite política en su vida en democracia.

La incertidumbre del ciudadano común es distinta. Posiblemente le asalten dudas sobre los procedimientos, pero espera paciente y vota. Con el acto simple de participar en el certamen electoral decide el destino de la vida democrática. No arma alharaca, simplemente vota. Interesante sería analizar el resultado de ese acto por sus resultados. Doy un par de ejemplos: En el 1996 la gente votó en segunda vuelta por el PLD y Fernández, pero en el 2000 se volcó masivamente hacia el PRD y Mejía, mientras en el 2004 votó masivamente por Fernández.

Analistas dirán que es un voto volátil y de castigo el del elector dominicano. Para nuestros fines lo que importa es que el elector con ese voto le está indicando a los políticos: creo y participo del proceso democrático, pero ustedes no me dan toda la confianza, cuando se equivocan y traicionan lo que entiendo son sus compromisos, simplemente los quito del poder. Incertidumbre virtuosa esta la del ciudadano común dominicano.

Realmente la perversidad o la virtud de la incertidumbre democrática no son excluyentes. La preocupación por conocer las encuestas pre-electorales por parte de los ciudadanos, el debate periodístico responsable y abierto, la discusión académica bien fundada, el debate sobre los problemas nacionales entre los partidos y las discusiones mismas entre los ciudadanos a propósito de los asuntos políticos, o específicamente electorales, son parte, o más bien, expresión de la incertidumbre virtuosa de la democracia. En esa dimensión virtuosa del proceso democrático los ciudadanos discutieron, escucharon la radio, vieron la televisión, tomaron opciones.

Sin embargo y a diferencia de la conducta de los simples ciudadanos, en las pasadas elecciones los partidos no presentaron con responsabilidad programas, no se sentaron a discutir los grandes problemas nacionales, se debatieron en acusaciones de fraudes potenciales. Aquí se cuela de nuevo en la élite política la dimensión perversa de la incertidumbre democrática.

La propuesta de Przeworsky es atractiva por partida doble, pues permite reconocer que los problemas derivados de la permanencia de un marco de incertidumbre en los procedimientos democráticos (vale decir la incertidumbre perversa), siempre pondrán en tela de juicio y en permanente amenaza los potenciales resultados (la incertidumbre virtuosa) de la democracia. Revela también que las cuestiones de orden cultural y valorativa de la democracia moderna, son consustanciales a los procesos de desarrollo y fortalecimiento de las instituciones que sostiene este régimen. Si se debilita al ciudadano y a la cultura democrática, se debilita el régimen institucional de la democracia, y si este último es débil también lo será el poder del ciudadano.

Lo más interesante es que el argumento de Przeworsky ayuda a vislumbrar una dimensión olvidada de nuestra cultura democrática: la virtud política del ciudadano común, que pese a la debilidad de las instituciones políticas y a la mala actuación de sus élites, confia en las instituciones democráticas y sostiene con su participación la institución electoral. Naturalmente, se podría decir que en esa cultura la presencia del autoritarismo es grande, pero lo que importa es que nuestras instituciones políticas si algún problema tienen no deriva de la apatía o irresponsabilidad de los ciudadanos, de los electores, sino de la propia élite política que claramente debe transformarse.

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