La persistente inquietud en la República Dominicana por la situación de crispación e incertidumbre electoral en Haití podría parecer sobredimensionada, pero tal percepción sería miope o errónea, pues se desconocería un elemento fundamental: los temas haitianos no pueden ser tratados ni considerados en el país como asuntos estrictamente externos o foráneos.
Es tal la interacción e incidencia que esa cuestión tiene sobre nuestro país en términos migratorios, económicos y comerciales, que generalmente el impacto es crucial en cualquier sentido. De ahí, la importancia que reviste para nosotros de este lado de la isla y el seguimiento que debemos dar periódicamente a la evolución de los acontecimientos haitianos.
El potencial riesgo de que en la vecina nación se produjera un vacío político-institucional cuando estaba a punto de vencer el período constitucional del presidente Michel Martelly, sin que entonces se vislumbrara una salida institucional pacífica y sin mayores traumas, planteó en su momento una seria amenaza a la paz social en Haití.
Todo esto y el agravamiento que se vislumbraba ante la imposibilidad de armonizar las fuerzas sociales y políticas beligerantes en la hermana república, representaban serias aprensiones para la República Dominicana, que ha sido tradicionalmente el escape o alternativa de los haitianos ante sus angustiantes e insolubles dramas.
La estabilidad social, política y económica es todavía una meta pendiente y por eso y otras muchas circunstancias de un lastre de décadas, el sufrido pueblo haitiano padece grandes penurias y un estado de creciente inseguridad ciudadana, mientras está aún pendiente una ayuda material más efectiva de la comunidad internacional que no se restrinja a pronunciamientos episódicos.
El aplazamiento de la segunda vuelta electoral en dos oportunidades, la insistencia de la oposición de que no hay condiciones ni seguridad para un certamen libre y democrático y el clima de crispación y violencia, configuró durante meses un panorama sumamente inquietante.
Esta inquietud no se ha podido despejar del todo, a pesar de la elección del presidente del Senado, Jocelerme Privert, como presidente provisional para llenar el vacío de poder tras la salida de Martelly y teniendo por delante la seria la misión de organizar las inconclusas elecciones legislativas y presidenciales en un plazo no mayor de 120 días.
La nueva posición de Privert será la de un mediador y la interrogante es si en su difícil encomienda podrá contar con suficiente autoridad como para eliminar o cuando menos atenuar las divisiones políticas que dejaron al país sin un líder electo ni un Parlamento completo.
La comunidad internacional a través de sus representantes a nivel diplomático y organismos como la OEA han formulado llamados a la concordia, en la búsqueda de una solución que permita reencauzar a Haití por una vía pacífica y de entendimiento, pero hasta ahora no hay seguridades de una acogida sin reserva por parte de un radicalizado sector de oposición, por lo que persiste el temor de que la violencia pueda aflorar nuevamente.
Aún en medio de un panorama en que los nubarrones electorales no se han disipado del todo, es de esperarse que con nuevos llamados a la cordura y a la coexistencia pacífica, Haití pueda dejar atrás el ambiente de sobresalto y confusión, a fin de completar las elecciones para impulsar programas de mejoramiento económico y social en favor de un pueblo que necesita fortalecer su democracia y alcanzar una mejor calidad de vida.