La incidencia de la función paterna
en la vida de los hijos

La incidencia de la función paterna <BR>en la vida de los hijos

POR DR. JORGE A. LEÓN
Hace algún tiempo, apareció en la televisión una propaganda del Día del Padre, donde varios hombres, de razas diferentes, y hasta una mujer, decían a un joven: “Yo soy tu padre”. Esto quería decir que cualquiera puede ser padre, si cumple la función paterna, porque no es padre quien sólo engendra.

Es famosa la afirmación de Lacan: “No hace falta un hombre para que haya un padre”. Para referirme a esta problemática actual, me voy a remontar a tres mil años atrás, para reflexionar sobre la tensión entre un rey judío y su hijo Absalón. (II Samuel, capítulos 13 -19.)

El deseo de un padre para un hijo

El nombre de una persona es un símbolo de lo que los padres desean que ésta sea. David, le puso por nombre a su hijo, Absalón, porque esperaba que éste, quien iba a ser su sucesor, fuera el padre de la paz, Ab-shalom. En hebreo ab significa padre, y shalom paz. Pero lo simbólico puede ser engañoso, como ocurre en el caso que nos ocupa. David, llama a su hijo Padre de la Paz. Sin embargo, su conducta como padre conduce a su hijo a convertirse en Padre de la Guerra. Las buenas intenciones no alcanzan para cumplir adecuadamente la función paterna.

David dejó sin castigo a Amnón por haber violado a Tamar, su medio hermana, y hermana de Absalón. La falta en hacer cumplir la Ley, por parte del padre, crea resentimiento en el hijo. Como suele ocurrir hoy, existía una tensión familiar que estaba escondida, velada, como un volcán que se prepara para entrar en erupción cuando menos se espera. Absalón lleva a Tamar a vivir con él para protegerla de la brutalidad de su medio hermano. El rey parece mirar para otro lado, no se da cuenta de nada. No imagina siquiera el descontento de su hijo por el maltrato recibido por su hermana, que también era hija de David, pero éste se preocupaba más por ser rey que padre.

Absalón, “el padre de la paz”, se prepara para la guerra. Con toda frialdad planea una fiesta familiar a la cual invita a todos sus hermanos. Cuando Amnón menos lo esperaba es objeto de la venganza de Absalón, lo hace asesinar en presencia de Tamar, su hermana ultrajada. Problemas de familia de ayer, ocurridos hace tres mil años, que suceden también hoy.

David lloraba por su hijo todos los días. No lloraba por Amnón, su hijo asesinado, sino por Absalón que se había escapado. David fue un padre que sufrió por un hijo, quien no sabía que su padre lo amaba. Es por eso, que lo creía capaz de matarlo. Hoy también hay hijos que temen a sus padres. El relato bíblico nos dice: “Y el rey David ansiaba ir a donde estaba Absalón, pues con respecto a Amnón que había muerto, ya se había consolado”. (II Samuel 13:39). Este padre deseaba ir a ver a su hijo, pero no fue. Amaba, pero no lo demostraba. Hoy como ayer encontramos esta falla en muchos padres

El deseo de padre de un hijo

Todo parece indicar que David fue un desconocido para sus hijos, por lo menos para Tamar y Absalón. No consoló a Tamar, no castigó a Amnón, no dio satisfacción alguna a Absalón. Tamar y Absalón deseaban tener un padre, y sólo tenían un rey. Mucho rey y poco padre. Mucho poder y poca ternura. Aunque, como hemos visto, amaba a sus hijos, le faltaba la capacidad para comunicar su afectividad. Esto ocurre también hoy, como hace tres mil años.

El rey ordenó a Joab que fuera a buscar a su hijo. Pero al volver éste, no lo recibió durante dos años. Aquí hay una gran contradicción en este personaje bíblico al cual solemos idealizar y admirar. Es necesario reconocer su fracaso como padre. El no es el modelo de padre que un hijo desea y necesita. Primero llora por su ausencia. Ahora que lo tiene en la ciudad no lo recibe. ¿Dónde está su amor?, debió haberse preguntado Absalón, y nosotros también.

Absalón perdió la paciencia con su padre. No podía resistir tanta indiferencia. Por lo tanto, su amor al padre se transformó en odio. Debemos recordar el descubrimiento de Freud: “Lo contrario del amor no es el odio, sino la indiferencia”. Otra vez el hombre que tiene por nombre “Padre de la Paz”, se prepara para la guerra. Esta vez contra su propio padre. El hijo sublevado logra tomar Jerusalén. Esta vez es David el que se escapa, porque teme que su hijo vencedor en la batalla, pueda matarlo. ¡Qué nivel de incomprensión entre padre e hijo! Dos que se aman en secreto se persiguen en público. Dos que una vez se persiguieron no saben que el otro lo ama. ¡Que incomunicación! ¡Tanta como la que existe hoy entre algunos padres y algunos hijos!

Finalmente, las tropas del padre vencieron a las del hijo. El general en jefe del ejército vencedor no podía entender que pudiera existir amor entre este padre y su hijo rebelde. Cuenta la Biblia que, al quedar derrotado, Absalón trató de escapar. Pero quedó enganchado en las ramas de un árbol. El propio Joab se encargó de matarlo, cuando estaba indefenso.

Si el padre se hubiera presentado ante su hijo y le hubiera expresado su amor, ¡cuánta sangre derramada se habría evitado! Joab no habría matado al hijo del rey. Además Absalón era el heredero del trono, sólo tenía que esperar un poco de tiempo para ser rey. Es la falta de la Ley paterna, y la falta de amor expresado en palabras y en actos, lo que lleva al “Padre de la Paz” a convertirse en Padre de la Guerra, para morir en ella.

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Jorge A. León es un conocido teólogo, psicólogo y terapeuta familiar cubano, residente en Argentina.

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