La incomprendida libertad del editor

La incomprendida libertad del editor

Hay entre cierta claque de articulistas un run-run por alegadas dificultades padecidas en la publicación de sus escritos en este y otros diarios. Se rasgan las vestiduras arguyendo que se les censura. Reclaman un supuesto e inexistente derecho a escribir como y lo que les dé la gana. Están equivocados.

Sólo quienes desconocen la mecánica interna de un periódico, basada en tradiciones y consideraciones prácticas y legales, pueden invocar el falso “derecho” a evadir el escalpelo del editor.

Podría argumentarse que un artículo de opinión contiene una exposición personal y por tanto merece un trato editorial distinto a una crónica o reportaje de un periodista de planta. Pero en ambos casos al imprimirlo el periódico asume las consecuencias legales que pueda acarrear.

Aparte de ese riesgo, pesan cuestiones desde la estética hasta la propiedad en el uso del lenguaje pasando por el contenido mismo del artículo de opinión. Nada obliga al editor o director a publicar lo que estime no merezca aparecer en sus páginas.

Hay una arrogancia intelectual de parte de articulistas que a fuerza de llenarse de sí mismos creen que sus opiniones, sobre música, literatura, política o lo que sea, poseen mayor importancia o consecuencia que la que realmente tienen.

En Santo Domingo hay una hiper-abundancia de periódicos, revistas, noticieros y programas de televisión y radio, periódicos y blogs en la Internet, boletines electrónicos y envíos masivos de correos. Difícilmente cualquiera que desee divulgar sus ideas, sea en un artículo o de cualquier otra manera, carezca de acceso a algún medio. En esta era digital, cualquiera puede ser su propio editor.

Por eso resulta tan pueril e inconsistente que intelectuales que se creen reputados, otros que son notorios y hasta algunos reconocidos, confundan con mala censura la libertad del editor para editar o no publicar cualquier cosa. La censura, deleznable cuando la ejerce alguna autoridad ajena o externa al medio, no es más que la vigilancia que ejerce un editor en busca de la corrección de forma y fondo según los cánones estéticos y éticos auto-impuestos, que definen el carácter de cada periódico.

Las pataletas y lloriqueos de quienes se creen “censurados”, pese a que sus garabatos los ha leído todo el que quiera, son otra patética muestra de cómo en muchos debates entre intelectuales hay más llanura que en la Sabana de Guabatico…

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