La inconstancia de las generaciones dominicanas

La inconstancia de las generaciones dominicanas

Fabio Herrera Miniño.

Otras sociedades, mas organizadas que la nuestra, tan pronto establecen contacto con nosotros, se quedan apresados en esa simpatía innata y deseos de servir que exhibimos. Y este ha sido el puntal para que los visitantes se afianzan y apunten hacia un apogeo fabuloso de servicio y de atracción para los que vienen aquí buscando los medios para prolongar esa estadía. Estas terminan muchas veces en relaciones más prolongadas en el tiempo para integrar familias multirraciales.

Pero no todo es un abnegado envase de positividades en la conducta, ya que por algún defecto genético, exhibimos una indolencia tremenda para no cuidar nuestras propiedades, y al mismo tiempo, todas aquellas cosas que proporcionan los Gobiernos para disfrute general de la comunidad.

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Todo lo anterior es para no descuidarnos al ver cómo se deterioran las instalaciones y equipos que en su momento de la entrada en servicio eran verdaderas joyas para su aprovechamiento. Pero la indolencia hace su aparición en el accionar del ser humano dominicano y se instala en sus genes para obligarlo a no hacer nada. Así se dejan destruir costosos equipos o edificaciones modernas que pierden su valor y utilidad en poco tiempo de uso. La indolencia obliga a descuidar las propiedades, herramientas y equipos prefiriendo dejar de hacer sus obligaciones para entonces oír las quejas de los medios y de la ciudadanía de como se deja destruir y arrabalizar edificaciones y equipos abandonados, oxidados y en menos tiempo, tenemos un volumen de chatarra impresionante y sin que nadie aparezca como responsable.

La inconstancia, de los que se suponen deben cuidar las pertenencias estatales, de repente aparecer con todo su vigor dejando de funcionar por falta de simples cosas como una zapatilla o una unión para reparar tuberías de agua o de otros servicios. Por igual se comienzan a acumular en los pasillos o almacenes de los equipos dañados en los hospitales, oficinas y escuelas. Ni se diga del mobiliario de oficinas ni de los equipos averiados que por no cambiarles el aceite o ponerle grasa, o una tuerca o un tornillo para que retorne su capacidad de servir se prefiere que aparezca el reemplazo sin cuidar las cosas en un franco deterioro.

Esa conducta de la inconstancia la llevamos clavadas en los entresijos de nuestros tejidos mentales. Siempre brota en cualquier lugar en donde nos veamos revestidos de alguna autoridad que se haya obtenido por nombramiento, por favoritismo o familiaridad que nos lleva a sitios de trabajo o de servicio que no se desempeñarán bien.

Es una conducta de siglos que surgió cuando tuvimos conciencia del ser y de inmediato fue parte de nuestra cultura encaminada a no cuidar nada sin pensar que tales cosas tienen el propósito para ayudarnos en nuestras tareas de buen desempeño en las actividades. Si somos racionales algo debemos tener en nuestros cerebros que nos permite definir las obligaciones para con nuestros semejantes en que todos debemos cooperar en un esfuerzo mutuo para hacer de este espacio que Dios nos entregó para cuidarlo y aprovecharlo en armonía. Así se obtiene de su explotación los medios para superarnos, y compartiendo tales recursos, sin la explotación a que la envidia innata del ser humano nos ha empujado en un egoísmo supremo de vivir en aislamiento con una pared establecida para que nadie moleste.

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