A principios de los años 60 Walter Keane era uno de los artistas más famosos de Estados Unidos, gracias a los retratos que pintaba: niños, mujeres y animales con unos enormes ojos llenos de tristeza.
Su estilo -que no era del gusto de la mayoría de los críticos de arte, que lo consideraban demasiado kitsch– se hizo inmensamente popular en esa época, lo que le generó decenas de imitadores y le permitió amasar una enorme fortuna.
Junto a su esposa Margaret, con la que residía en California, el pintor se codeó con grandes estrellas de Hollywood como Natalie Wood, Joan Crawford, Jerry Lewis o Kim Novak, algunas de las cuales llegaron a pedirle que las retratara.
Incluso el propio Andy Warhol alabó el trabajo de Keane, con el argumento de que si era tan exitoso no podía ser tan malo como aseguraban los críticos.
Pero en el ascenso de Keane a la cima del arte para las masas tan sólo había un problema, que no se conocería sino hasta años después: quien creaba las pinturas no era él, sino su esposa, a la que durante cerca de una década mantuvo en casa encerrada en un estudio, trabajando sin descanso en los cuadros.
Ahora, el cineasta Tim Burton acaba de rodar una película titulada Big Eyes («Ojos grandes») basada en la historia del matrimonio Keane, a quien dan vida Amy Adams y Christoph Waltz.
El estreno de la cinta, previsto para fines de diciembre, ha hecho que crezca el interés por la vida y obra de Margaret Keane, quien con 87 años sigue pintando y no se cansa de contar el calvario por el que pasó por cuenta de su exmarido, quien falleció arruinado en el año 2000.
Una gran mentira
Walter Keane siempre contaba que su arte estaba inspirado en los pobres niños que vio a fines de los años 40 en el Berlín devastado por la Segunda Guerra Mundial, mientras estudiaba en Europa con la intención de convertirse en pintor.
A su regreso a EE.UU. se instaló en la ciudad de San Francisco y se dedicó a las transacciones inmobiliarias, ya que con la venta de sus cuadros no le daba para vivir.
A mediados de los años 50 conoció a su esposa Margaret en un festival de arte.
Ella, que acababa de divorciarse y tenía una hija, encontró en él una figura protectora que le permitió empezar una nueva vida. La pareja contrajo matrimonio en 1955.
Poco a poco los cuadros de los niños de los ojos gigantes empezaron a ganar popularidad.
Margaret Keane ha descrito en numerosas ocasiones el momento en que se enteró que su marido estaba haciéndose pasar por el autor de los retratos que ella pintaba.
Fue una noche en el club nocturno de San Francisco The Hungry i, donde él exhibía y vendía las pinturas.
Estaba sentada en una esquina del local cuando alguien se le acercó y le preguntó si ella también pintaba. Ahí fue cuando se dio cuenta de la gran mentira.
Se puso furiosa y al llegar a casa se enfrentó a su marido, quien se justificó diciendo que necesitaban el dinero y que era demasiado tarde para dar marcha atrás: ya que todo el mundo pensaba que él era el autor de los cuadros, firmados tan sólo con el apellido Keane.
Preocupada por lo que podría pasarle a ella y a su hija si abandonaban a su esposo, Margaret decidió participar en el embuste.
Opresión
Con el dinero que ganaban con los cuadros de los niños de ojos gigantes, se compraron una gran casa con piscina. Y mientras Walter se daba al alcohol y a las mujeres, Margaret pasaba hasta 16 horas al día encerrada en su estudio pintando.
A principios de los años 60, la pareja ya era muy conocida y por sus cuadros se pagaban decenas de miles de dólares.
Las reproducciones de las pinturas se vendían en todo el mundo y no era difícil encontrar copias de las obras atribuidas a Walter Keane en las casas de muchas familias de la clase media estadounidense de la época.
Cuando, en una reciente entrevista, le preguntaron a Margaret Keane sobre la tristeza que emanaba de sus cuadros, explicó que no fue sino hasta años después de pintarlos que se dio cuenta que estos reflejaban la opresión que ella sentía en su propia vida.
Tras diez años de matrimonio, en 1965 la pareja se divorció.
Margaret se mudó a Hawái, contrajo matrimonio con un comentarista deportivo y se hizo testigo de Jehová.
En 1970, cuando sus cuadros ya habían pasado de moda, decidió que no iba a mentir más cuando le preguntaran sobre su autoría y le contó toda la verdad a un periodista de la agencia UPI.
Su exmarido contratacó asegurando que su esposa era una mujer infiel y una mentirosa compulsiva.
Ella lo retó a que ambos pintaran en público uno de los cuadros para demostrar quién era realmente el autor, aunque él se negó.
Walter Keane se mudó una temporada a vivir a Europa mientras amainaba la tormenta.
Pero a mediados de los 80, en una entrevista con el diario USA Today, Keane aseguró que su esposa se había atribuido la autoría de las pinturas porque pensaba que él había fallecido.
La gota que colmó el vaso
Eso fue la gota que colmó el vaso. Margaret demandó a Walter por difamación y, tras un juicio que duró varias semanas, el juez les pidió a ambos que hicieran en la sala uno de los retratos.
Ella pintó a un niño de enormes ojos tristes en apenas 53 minutos. Él se negó a hacerlo alegando que tenía un problema en un hombro.
El juez acabó concediendo a Margaret una indemnización de US$4 millones que Walter -quien tenía graves problemas con la bebida- nunca llegó a pagar, ya que había dilapidado toda la fortuna que había amasado con los cuadros de su exesposa.
Margaret demandó a Walter por difamación y, tras un juicio que duró varias semanas, el juez les pidió a ambos que hicieran en la sala uno de los retratos
El periodista Adam Parfrey, fundador de la editorial Feral House, llegó a entrevistar a Walter Keane cuando éste malvivía a principios de los años 90 en la localidad californiana de La Jolla.
Según explica Parfrey en conversación con BBC Mundo, cuando conoció a Keane le dio la sensación de que era «un farsante y un mentiroso».
Parfrey, quien junto a Cletus Nelson escribió una biografía de Keane titulada Citizen Keane(«Ciudadano Keane»), asegura que él seguía insistiendo en que su mujer era la que mentía.
El periodista señala que Keane era un hombre muy inteligente con unas grandes dotes para el marketing y la autopromoción. Pese a ello, parecía vivir alejado de la realidad.
Ahora, según Parfrey, la figura de Margaret Keane -a quien describe como una mujer muy agradable- será reivindicada gracias a la película de Tim Burton.
Tampoco sería de extrañar que las pinturas de los niños de ojos gigantes, denostadas hace unas pocas décadas por los críticos y codiciadas por el gran público, vuelvan a ponerse de moda.