La indiscreción de Noel

La indiscreción de Noel

CARMEN IMBERT BRUGAL
Descubrir el valor de un colchón, de una sábana, una camisa y un vaso. El valor de una aspirina y un jarro, de las chancletas y el sartén. Descubrir la importancia de una ventana y una puerta, de un zinc. El valor del anafe y la silla.

Descubrir la utilidad de tareas sembradas de tomates, arroz, plátanos, cebollas, la paciencia de las reses y los cerdos, de las gallinas y los chivos, su indefensión sin la asistencia de sus dueños, aunque la cordialidad prepare el sacrificio. Descubrir la impotencia cuando el hijo pide auxilio, el padre pretende salvarlo y se ahoga. La madre y el hermano sepultados en fango, el vecino identificado después de buscar su identidad expuesta en la desnudez y la hinchazón. Y aquellos hospitales desprovistos y aquellos voluntarios dispuestos y arriesgados y la ciudadanía expectante y confundida. La mugre, la desolación, las lágrimas sin espacio, entre tanta humedad y desabrigo. La resignación y la pena, el retrete desbordado, las poncheras, el televisor, la almohada, la nevera flotando.

Los puentes destruidos, las carreteras inhábiles, los vehículos inútiles. Los desaparecidos y la angustia. La vida y los objetos que se van, se fueron, sin esperanza de recuperación, como sin esperanza ha sido cada amanecer, día tras día, era tras era, tormenta tras tormenta, riada tras riada.

Desde San Zenón hasta Noel, el vendaval necio e irreverente, poderoso y atrevido, levanta la falda al país para mostrar la miseria, el hacinamiento, la irresponsabilidad, la corrupción, la insensibilidad. Muestra más que las enaguas para que algunos conozcan, gracias a las imágenes recibidas en sus pantallas planas, con quienes comparten un territorio, dividido entre un 80 % sin nada y un 20% con todo.

Sociedad desigual la nuestra. El Informe Nacional de Desarrollo Humano  PNUD  tuvo el impacto de una tormenta, cuando fue divulgado. El trabajo consigna el crecimiento «ejemplar» de la economía dominicana, durante cincuenta años y la incapacidad para convertir ese crecimiento en desarrollo.

«Mientras unos disfrutan de sofisticadas tecnologías, la mayoría se alumbra con velas, mientras unos poseen bienes en exceso, la mayoría carece de lo básico…»

Informes, cifras y tragedias no desvelan. La conmoción, por el desastre tiene la intensidad de la conmiseración culpable. Las trompetas de la solidaridad se acoplan, la melodía de la lástima enternece y comienzan las oraciones, para que «esa gente», cuyas penurias garantizan la entrada al paraíso, resuelva sus problemas.

¿Qué ocurrirá cuando las aguas amainen su caudal y el desalojo se imponga en los refugios, y las víctimas asuman sus pérdidas, el desarraigo, el dolor y regresen a los caseríos devastados para reconstruir, con tablas y argamasa, cana y hojalata, el sempiterno hogar de la marginalidad? ¿Qué ocurrirá cuando el agricultor no encuentre el conuco y la criadora de cerdos no recuerde el lugar de la porqueriza y comiencen las fiebres, las barrigas infantiles crezcan, no aparezca el pan, los víveres, el agua, la leche y la opción de los más desesperados sea la yola o el camión que los encamine hacia algún lugar, la droga o la prostitución?

¿Qué ocurrirá cuando la espera se extienda, los furgones y los helicópteros no vuelvan y los servicios médicos no existan y otros afanes distraigan los arrebatos solidarios y el desamparo ocupe el lugar acostumbrado? La algarabía caritativa no es permanente, ni puede serlo.

Desde Flora hasta Jimaní, desde Inés, David, Federico, Hortensia, Georges, con su secuela de exterminio y hambre, la impronta de la nada persigue a la población damnificada.

En una de las fastuosas mansiones, ubicadas en las montañas de Puerto Príncipe, un selecto grupo compartía vinos y exquisiteces. Sin recato, un invitado preguntó: ¿cómo pueden disfrutar si los rodea el hambre? El anfitrión, empresario haitiano, educado en París, respondió: Monsieur, nosotros no bajamos, volamos.

¿Hasta cuando el vuelo protegerá a quienes prefieren ignorar la realidad?

¿Hasta cuándo permanecerá escondida, la quieta mayoría depauperada que todavía no daña ninguna fiesta? ¿Servirá para algo la indiscreción de Noel, su falta de prudencia?

La caridad mitiga, pero no resuelve, tranquiliza conciencias pero no transforma, posterga, pero no cambia la estructura de la pobreza. El problema ha estado ahí, enfrente de todos, siempre. La furia de la naturaleza simplemente devela, reta. (fin)

Publicaciones Relacionadas

Más leídas