Espero no ser la única mujer del país que piense actualmente en las consecuencias pocas estudiadas de las catástrofes naturales sobre la mujer. Los desastres naturales han evidenciado, no solo las inequidades pre-existentes en nuestra sociedad, como las relaciones de poder socio económico y político- sino también la inequidad de género.
El Centro de Operaciones de Emergencia (COE) emite cifras escalofriantes: 11,000 evacuados, 55 comunidades incomunicadas y 2,316 viviendas afectadas por la tormenta Hanna. Cuando reflexionamos sobre la inequidad de género, pensamos en los roles de género que conducen a una división del trabajo que asigna a las mujeres tareas tradicionales a su condición pero que se duplican cuando estas son, además jefas de hogar y deben asumir no solamente la reproducción de la familia, sino también la generación de ingresos. Muchos factores intervienen para esto. Pero una cosa se evidenció es que los desastres naturales no solo afectan a las familias pobres del país sino también a las mujeres jefas de hogar que deben enfrentar solas, con sus hijos, las tareas de recoger los trastes, subirlos, cubrirlos, guardar alimentos, animales, los papeles, el dinero y la vestimenta y refugiarse en lugares inhóspitos, para sobrevivir.
La reflexión sobre los desastres naturales ha avanzado bastante y se les considera hoy, como resultado de procesos sociales multicausales, consecuencia, a su vez, de condiciones vulnerables preexistentes construidas socialmente a través del tiempo y en el territorio que se ven expuestas al impacto de un peligro o amenaza natural, cuyas consecuencias provocan daños y muertes considerables sobre la población, su organización socio-política, su economía y su entorno construido y/o ambiental.
Es fácil entender que una mujer damnificada sufre, además de los daños materiales, trastornos sicológicos.