La infamia septembrina del 1963

La infamia septembrina del 1963

JOSÉ ANTONIO NÚÑEZ FERNÁNDEZ
La madrugada infame del 25 de septiembre del 1963 las fuerzas del mal, fuerzas criollas y fuerzas foráneas, celebraron un ayuntamiento maldito, que fue precursor de la gran tragedia del 1965. La malhabada septembrina madrugada, los corceles de Atila y de Tamerlán con sus cascos salpicados de sangre golpearon los pisos de la casa de gobierno. Y peor aún, las losas del Capitolio fueron pisoteadas por las azufrosas pezuñas de cuatro caballos infernales.

El caballo blanco, el caballo bermejo, el caballo negro y el caballo amarillo. Los cuatro caballos del Apocalipsis que montados eran por abominables, por guerreristas, por homicidas y por fornicarios.

Fue el crimen de la mediocridad mentirosa y cavernaria, alianza de rasputines y de chacales. Alianza contra la libertad, la honestidad y la democracia representada por el gobernante más probo, más honesto y menos atropellador de nuestra accidentada historia republicana, el presidente Don Juan Bosch Gaviño, que víctima fue de eunucos y falsarios, mentirosos y malandrines de toda ley y de toda laya.

Las fuerzas del mal representadas por abanderados y militantes de una falsa cristiandad; fuerzas del mal ayuntadas con íncubos y con súcubos de raídas sotanas y uniformes vestidos por sayones obedientes a los guiños mandonistas, de «misiones» torvas del oprobio y del deshonor.

Triste y calamitosa madrugada la del 25 de septiembre del 1963. Madrugada aquella de caídas y de vergüenzas, como la vergüenza grave de la comparecencia ruin de un falso apóstol, por ante la insolencia de los golpistas para pedir que lo premiaran con el mando que el pueblo le negó en la justa comicial del 20 de diciembre del 1962.

En mi entorno cotidiano, en los predios donde entonces me desenvolvía, yo vi a un comediante que de México había retornado y que a la distancia alegaba ser enemigo de Trujillo «El Jefe». A ese comediante de mal gusto lo observé vestido de caqui y exhibiendo una ametralladora. El golpista de marras Faneytte se apellidaba. También vi a una extraviada matriarca que ahíta de su anticomunismo ramplón andaba ese día luciendo un ajustado «blue jean». Más de una vez la contemplé al lado del hidrofóbico «demócrata» don Máximo «Operación Limpieza». Igualmente vi y oí al pobre José Tomás, del que sus parientes los suidos, fácilmente hubieran renegado. José Tomás ese día se atragantaba entre las heces de los nematelmintos de su feroz antidominicanidad. El fue el único locutor que habló ese día para loar el crimen y burlarse de la grandeza caída. El tuvo un ayudante es cierto. Y a ese segundo vocero de la infamia, tiempo atrás el «pepehachismo» lo galardonó. Yo también lo perdono, el no sabía lo que hacía y víctima de su inconsciencia fue el 25 de septiembre del 1963.

Pero hoy a los cuarenta y un año del apocalíptico día, creo que el perdón no merecen los falsos cruzados de las manifestaciones antipueblo. A esos preciso es tenerlos para siempre como a las langostas de que nos habla el Apocalipsis:

«Tenían corazas como corazas de hierro; el ruido de sus alas ruido era como el estruendo de muchos carros de caballos corriendo a la batalla; tenían colas de escorpiones, y también aguijones; y en sus colas tenían poder para dañar a los hombres».

El daño a los hombres por culpa de los escorpiones del 25 de septiembre del 1963, fue daño grande al pueblo. El pueblo sufrió invasiones, hambres y muertes. Y padeció la vuelta al oprobio gubernamental… volvieron las oscuras golondrinas de la noche pasada de don Rafael, de San Cristóbal «nuestro ilustre varón». Y por veintidós años en las torres y en los campanarios de Quisqueya, colgaron sus pérfidos nidos las paseriformes avecillas, hasta que el cuervo fantasmal de Edgard Allan Poe, graznó y gritó: «¡Never more! ¡Never more!»

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