La infancia de la luz IV

La infancia de la luz  IV

Adán fue modelado con arcilla, según la tradición judeo-cristiana. No nació de madre, no estuvo en ningún vientre; por tanto, no podía tener ombligo si no hubo placenta. En este extraño poema de Mieses Burgos, Adán descubre rápidamente el poder de la inteligencia: “Ya estoy lejos del barro con que te entretenías./ Ahora soy un brazo que siembra una semilla,/ un gran surco despierto, una luz en vigilia”. Pero no solamente brota en Adán el germen de la soberbia; también experimenta el deseo de tener una compañera hembra. “¿De quién aquella voz humana que me nombra/ desde la oculta rama de mi propia costilla?/ ¿De quién aquel hondo vagido/ que resopla en mis venas profundo como un río?”
Finalmente, Adán percibe la proximidad de esa Eva futura. “Su nombre lo presiento tras un cielo de hojas/ mordidas por los dientes pequeños de la brisa,/ ante la voz posible de una anciana serpiente,/ en la era redonda de todas las manzanas”. El tedio, implacable, que todo lo penetra, no tarda en hacer visible la fuente del mal. “Debajo de la muerte total otras campanas/ desesperadas claman,/ claman otras campanas/ debajo del silencio donde crece el vacío/ como una flor helada”.
Dios creó la vida pero no introdujo la muerte. Por eso, en esta teodicea poética, es Caín quien estrena el morir con que morimos todos. Cuando Caín mata a Abel, destruye algo de lo que ya estaba ahí, una pequeña porción de las cosas fijas que encontró en el mundo. En “Desvelado Caín”, el inventor de la muerte nos dice: “A la orilla del aire yo destruyo el aliento/ del ángel, la paloma./Nada queda en mis manos que no rompa/ en procura de mi mismo en el fondo”.
Y con voz desafiante, declara: “Si tú el cálido aliento de tu pulmón soplaste/ para forjar del barro miserable la estatua preciosa de la vida,/ yo levanté mi mano valiente hasta tu rostro,/ para inventar la humana presencia de la muerte”. Caín confiesa sin ambages: “No es Abel el que muere herido por el golpe/ salido de mi mano, no es Abel el que muere”… “igual me hubiera sido la presencia del alba,/ lo inmutable del cielo”.

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