La infidelidad política

La infidelidad política

He decidido buscarle una respuesta sico-conductual y social a la infidelidad partidaria que se practica con perfiles parecidos a la infidelidad marital.

Se creía que la infidelidad guardaba una relación directa con la insatisfacción, la disfuncionabilidad, el desamor, el agotamiento emocional y la desvaloración de las expectativas creadas con la pareja.

Sin embargo, la búsqueda de gratificaciones inmediatas, y la necesidad de sentirse aceptado o validado en las nuevas experiencias socio-sexuales, guardan relación con la insatisfacción del “yo” y la incapacidad en poner limites a la gratificación del placer; más la renuncia a la crítica, si lo que se practica es reproductor de daños sicosociales a terceras personas.

La conducta sicosocial y emocional de la infidelidad tiene una explicación cultural y socio-afectiva, sostenida en algunos rasgos de la personalidad -narcisista, por ejemplo- que las razones sustentadas en el cambio de la pareja. Debido a que la mayoría de las veces terminan buscando las mismas características y patrones que sostenían en las relaciones anteriores.

La infidelidad política es mucho más aceptada y comprendida por infieles, ya que las parejas partidarias poseen los mismos rasgos y patrones: proporcionan placer, validan la conducta, no juzgan el comportamiento, refuerzan las posiciones anteriores y legitiman las acciones sin resaca moral.

Las actitudes sociales para asimilarse como comportamientos aprendidos por los grupos sociales tienen que convertirse en hábitos, que por su frecuencia terminan formando el carácter social, que va más allá de las simples acciones. Donde el carácter es aprendido, modelado y forma parte de la personalidad y del ser social.

Para deglutir las causas de la infidelidad política hay que digerirlas desde la cultura de la sustitución, del relativismo ético y de la ausencia de fidelidad; tres conceptos que han seducido la condición humana dejando establecido que, en la vida grupal, política y social, se debe aspirar a vivir con la nueva filosofía pragmática: circunstancialidad, ocasionalismo, neofilismo, vivir sin rostro y sin palabra y sin ideología, sencillamente, hacer lo que los demás hacen. Hoy todo se sustituye, todo se cambia, todo tiene un tiempo útil, sin sentido de pertenencia y sin apego. El mercado y la tecnología han enseñado que todo se sustituye: los celulares, el televisor, los muebles, el carro, el confort, etcétera. Para muchos, también se cambia la familia, la pareja, los amigos, la ideología, la palabra, el rostro, los valores y la personalidad.

Literalmente, de lo que se trata en la infidelidad política es de obtener beneficios, ascenso económico y social, confort, placer y nuevo estatus social sin consecuencias, y esto lo saben los que practican el clientelismo, el oportunismo, el transfuguismo y el negocio partidario, comportándose como infieles comprendidos, debido a que los grupos son los mismos; los partidos son iguales, y para mal, se percibe que la sociedad los digiere a los dos, o sea, les abren espacio, votan por ellos; se sienten acogidos y reforzados, sin sentir ninguna consecuencia social.

Posiblemente la infidelidad partidaria implica mayor riesgo y consecuencia negativa que la marital, ya sea porque se multiplica y enseña una conducta socialmente dañina, perversa, patológica, corrupta, negadora de vida ética y moral, convirtiéndose en un modelo de referencia no sana para la presente y futuras generaciones.

Estamos estimulando socialmente a que las vías más rápidas de ascenso social son el narcotráfico y la infidelidad partidaria. Vivimos los comportamientos disociales y los aceptamos sin pérdida de asombro, sin empoderamiento y sin consecuencias. Sencillamente, estamos en lo que he decidido llamar la patología social dominicana. Una patología es una enfermedad, que muchas veces termina siendo endémica, y que por su frecuencia y alta capacidad de transmisión termina en pandemia. Si la sociedad continúa con esos comportamientos sociales y lo percibimos como conductas normales de los políticos, terminaremos siendo un grupo de seres perversos regulados por el mercado, el dinero, la corrupción, el crimen organizado, la permisividad social, la cultura de la prisa y el relativismo ético.

De continuar así, se terminaría aceptando aquello que dice: a los más sanos les falta carácter y a los más perversos le sobra descaro, para aceptar la infidelidad y dormir tranquilos.

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