La inmadurez en la adultez

La inmadurez en la adultez

Preocupa bastante tener que presenciar un adulto inmaduro incapaz de manejar de forma inteligente y adaptable sus propios estresores psicosociales. Pero, más preocupante es, cuando la persona adulta responde de forma disfuncional, con conductas infantiles, pueriles o psicosomáticas para obtener alguna gratificación. La personalidad del inmaduro en cada etapa de la vida fue demostrando diferencias significativas entre la edad cronológica y la edad mental. O sea, siempre actúa por debajo de la madurez con que se espera, siempre da demostración de respuestas desarmonizadas, e incongruente y poca discriminativa. Más bien, argumenta a través de rabietas, llantos, pataleos, violencia, o con huidas, o reacciones muy histriónicas, buscando de estas formas llamar la atención, o conseguir algún beneficio.

Esta inmadurez o inseguridad se viene construyendo desde la etapa infanto-adolescente donde en cada uno de los espacios de socialización: familia, escuela, deportes, amigos, suelen tener comportamientos o reacciones que difieren del grupo de amigos, o hermanos, de la misma edad. Esas evidencias de grados de inmadurez se dan en diferentes planos de la vida: en lo efectivo, en lo emocional, en lo cognitivo, en lo socio conductual, en la falta de inteligencia social y en la falta de habilidad para resolver problemas cotidianos propios de la edad o de la etapa de socialización.

Siempre que una persona adulta responde en cualquiera de estas circunstancias sin poder discriminar o valorar los riesgos, las consecuencias y las conductas riesgosas, llegando a ser vulnerables de forma periódica; se habla entonces, de inmadurez en la capacidad de salir bien cuando las cosas le van mal. Esas demostraciones de inmadurez se observan más en plano emocional y afectivo, donde cientos de adultos no saben manejar de forma armónica, ra cional, crítica, sus desapegos, frustraciones, pérdidas, rup turas, o divorcios que se dan en el noviazgo o en la vida marital. Esto lo vemos en las consultas psicológicas y psiquiátricas, donde cientos de parejas manejan de forma riesgosa sus conflictos, o sencillamente argumentan con actitudes pleitistas, violentas o desafiantes los desacuerdos como parejas; otras personas tienden a deprimirse, o ingerir alcohol, u otra sustancia, llegando hasta padecer de la angustia de separatidad no resuelta; estableciendo dependencia afectiva y emocional con su pareja. Esa inmadurez expresadas en la vida adulta, viene acompañada de historia de desapego crónico, de abandono o de sobre-protección en la vida infantil; donde se han quedado en la vivencia del infanto-adolescente como hechos traumáticos o episodios de frustraciones, quedando registrados en el plano afectivo-emocional como traumas no resueltos. Sin embargo, otras de las áreas donde se registran conductas inmaduras es en el plano psicosocial o laboral, expresándose a través del manejo inadecuado en las relaciones interpersonales, laborales y grupales.

De ahí que se deje sentir su inadaptación a estas problemáticas, ya sea rompiendo relaciones o abandonando trabajos, o respondiendo de forma colérica ante la discusión o los desacuerdos que se presentan en el día a día.

Esa inmadurez se deja sentir en la estructura del “yo” de la personalidad. Donde se expresa a través del inconsciente, ya sea negando los conflictos o respondiendo de forma psicógena con síntomas vegetativos: sudoración profusa, transpiración, y sensación de asfixia; o con síntomas fisiológicos: náuseas, vómitos, diarreas.

Las personas inmaduras son más vulnerables a padecer depresión, ansiedad, ataque de pánico, estrés psicosocial, conflictos de parejas, divorcios, abandono laboral, rupturas en las relaciones interpersonales y grupales.

Lo más penoso es que cientos de ellos existen pero no saben del grado de su inmadurez con que la vida les enrostra su disfuncionalidad. Pero también esa inmadurez se deja sentir a través de la pobreza interna y en la baja autoestima, en la falta de seguridad para tomar decisiones y mantenerse en ellas. Donde suelen tener un pobre juicio crítico, una falta de destreza, de tacto y de sentido común para tomar decisiones sabías, adaptadas, funcionales, no importa si se tiene que perder o ganar, ceder o retirarse.

 

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