La inseguridad es alarmante

La inseguridad es alarmante

TEÓFILO QUICO TABAR
El problema de la inseguridad ha llegado a tal extremo que se puede asegurar, sin caer en la exageración, que aquí todo el mundo tiene un familiar, un amigo o un conocido cercano que haya sido asaltado en su hogar o en la vía pública. La situación está llegando a límites realmente espeluznantes. El problema no se limita solamente a indefensas mujeres, a personas mayores y a determinados sectores populares, sino que está afectando a todos los segmentos de la sociedad civil, incluso la militar.

Manifesté hace unos días que muchas cosas se minimizan porque la politiquería así lo demanda. La realidad es que se están ocultando muchos datos acerca de los asaltos que se producen a diario, a todas horas y en todos los lugares. Solo se destacan algunos de personas con incidencia política, social y económica, o en determinada localidad.

Los asaltos se realizan ya no solo de noche o en las madrugadas. Ocurren a plena luz del día y a todo tipo de personas. Jóvenes, mayores, civiles y militares, porque aunque se oculte, hay muchos militares y familiares de militares que han sido despojados de sus vehículos, dinero y pertenencias, con el agravante de que no se atreven a reportarlo, por todo lo que ello implica en materia de interrogatorios y formalidades.

Se agrava aún más la situación cuando la población civil se entera a través del rumor público o porque los conocen, que militares incluso de rangos superiores han sido asaltados y despojados de sus pertenencias, sin que a los asaltantes les haya ocurrido nada y se mantenga el silencio.

¿Qué pueden esperar los ciudadanos, sobre todo mujeres de todas las edades que son sacudidas o ultrajadas para quitarles las pocas cosas con las que andan encima, cuando pasean, se dirigen a sus trabajos o regresan a sus hogares, si saben que eso también les ocurre a personas que se supone con cierto entrenamiento, pertenecen a los servicios de seguridad de la nación o cuentan con vigilancia?

El silencio en estos casos por parte de las autoridades se puede calificar de cómplice, pues prefieren callarlo o minimizarlo para no dañar la imagen que han querido vender, de que avanzamos y progresamos. De que todo ello entra dentro de lo normal.

Desde hace tiempo venimos advirtiendo el grave peligro que representa el distanciamiento social y económico que se produce en el seno de la sociedad. Mientras se abultan las economías de pequeños grupos privilegiados, crecen y agigantan los sectores que no tienen acceso a casi nada de lo que el modernismo ofrece y promueve.

Aunque no se quiera admitir y se busquen excusas convenientes, la realidad es que la desigualdad es una de las causas principales que mueven a personas desesperadas a cometer actos delictivos, conscientes de que vivimos en una sociedad abierta y sin control. Donde muchos que no tienen razones para exhibir riquezas lo hacen con desfachatez y el beneplácito de los que se benefician de ellos y de los que los protegen, porque son socios y cómplices de andanzas.

El país atraviesa por una delicada etapa de inseguridad. No solo se le teme a los que se supone pudieran estar cometiendo este tipo de fechorías, sino que tampoco hay mucha seguridad de parte de quienes están supuestos a protegernos. La autoridad o no está haciendo lo que debiera hacer, o igualmente se siente sometida a rigores que les impide el verdadero cumplimiento del deber.

Hay personas que no se atreven a transitar más allá de unos linderos que se han auto establecido. No son pocos los que viven acechando para cruzar de una esquina a otra. Muchos de los de a pié andan como guinea asustada en busca de posible compañía para atravesar una calle sin mucho tránsito. Hasta los que van a tomar vehículos temen porque los asaltos ocurren en cualquier lugar.

Algo grave está ocurriendo en nuestra sociedad, porque los asaltantes al parecer no sienten miedo, sino que los atemorizados son los ciudadanos que requieren de protección y no saben cuándo, dónde ni cómo.

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