Si bien el escenario geopolítico universal ha cambiado surgiendo nuevas realidades e imprevistos actores globales, más impresionante resultan aún las transformaciones, también geopolíticas, que se operan en América Latina y el Caribe.
Una nueva institucionalidad multilateral ha surgido de la arquitectura política definida por los países del continente: la Unión de Naciones Suramericanas –UNASUR-, el Consejo de Estados Latinoamericanos y Caribeños –CELAC-, la Alianza Bolivariana de los Pueblos de Nuestra América –ALBA-, la Zona Económica Petrocaribe –ZEP-. Todos ellos son buenos ejemplos de una nueva institucionalidad que también se ha creado en el plano de la integración plena. Detrás de todos esos ejemplos, hay que decirlo, estuvo la mano de Hugo Chávez Frías, quien aunque se fue a destiempo, tuvo la imaginación e iniciativa para dotar a la región de una nueva ingeniería geopolítica a la cual se ha unido tanto la llamada “izquierda” regional como los que no pertenecen a la misma – “¿derecha?”-; todos participan en un nuevo esfuerzo, pendiente por casi 200 años, para construir una región unida e integrada trabajando conjuntamente por un futuro mejor. Como he dicho en múltiples ocasiones, nuestra unidad no es contra nadie – insisto para que no tiemblen los que padecen de “tortícolis norteña crónica” – mientras más unidos y fuertes seamos estaremos en mejores condiciones de construir relaciones armoniosas, fructíferas y amistosas con los Estados Unidos, como ineludiblemente deben ser los vínculos entre vecinos – en un mundo cada día más interdependiente – sin importar cuán poderosos o no sean unos y otros.
La nueva percepción de integración que se está construyendo en la región ha estado haciendo énfasis en el consenso político para fortalecer el poder negociador – quizás el ejemplo más relevante es la decisión de América Latina y el Caribe de incluir a Cuba en la Cumbre de las Américas en contra de la opinión norteamericana, ¿Quién podía haberlo imaginado casi ayer? -. Pero no solo se construyen mecanismos de concertación política; se diseña una doctrina de seguridad y defensa y hasta una academia militar regional.
En lo económico se han ido superando las concepciones integracionistas previas conceptualizadas como la “integración de los sesenta” centrada en la desviación de comercio – entiéndase crear condiciones preferenciales recíprocas para incrementar los vínculos comerciales -; o la “integración de los noventa” orientada a la creación de comercio – estimular nuevos flujos productivos que promoviesen la complementación. Tanto un objetivo como el otro tienen que ser recogidos en los nuevos esfuerzos de integración aunque ahora se priorice el “comercio justo”. La integración del “siglo XXI” también hace énfasis en programas de facilitar el acceso a productos estratégicos – Petrocaribe -; a facilitar las relaciones financieras – programas flexibles de financiamiento y una moneda de compensación como el SUCRE que ya utilizan varios además de los miembros del ALBA –; forjar un esfuerzo de alcance regional – ZEP ampliada con MERCOSUR, ALBA y, eventualmente, Comunidad Andina, SICA y CARICOM – y, algo esencial, tener un impacto social. Hay que ponerle pueblo a la integración.