Después del golpe de Estado del 25 de septiembre de 1963, Juan Bosch tronó contra el democratismo que falsificaba la democracia, y descubrió una aterradora verdad: el espectáculo de la democracia importa más que la democracia. Entonces escribió ese libro de ruptura que se llama Crisis de la democracia en América, y alertó para que no nos resignáramos a consumir fantasías, porque el juego de los intereses en la política práctica manipula la conciencia y oculta la realidad.
Juan Bosch tuvo mucha conciencia del poder de los medios de comunicación, y pese a que era un hombre proveniente de ese ciclo que Marshall Macluhan llamó La galaxia de Gutemberg, su empleo de los medios masivos de comunicación de la época para difundir sus ideas políticas ha quedado como un modelo diáfano de denuncia y esperanzas. Cualquier charla de Juan Bosch, esos discursos didácticos que producía por la radio todos los días a partir de la una de la tarde, estaba siempre destinada a coincidir con las necesidades colectivas de conquista de la libertad.
Entendida la libertad no sólo como una liberación de la opresión política, sino como conciencia de la necesidad. Todas las apelaciones simbólicas, la imaginación creadora que desplegaba para ilustrar los temas que trataba, las palabras de estirpe clasista (tutumpotes, hijos de machepas, carros pescuezos largos, etc.), confluían en la explicación de lo que estaba pasando. Desplegándose en la lengua que hurgaba la historia, era un intérprete del presente, y todo cuanto extraía del pasado servía para explicar la naturaleza de los hechos políticos y sociales frente a los cuáles estaba.
Ahora parece como si estuviéramos bloqueados por las reglas de juego en la que actuamos. Los medios de comunicación tienen la capacidad de construir el olvido. Incluso pueden esfumar lo que parece más concreto. Uno siente que hay algo que no puede asirse respecto de la realidad, y que el discurso oculta. Enredados en un febril activismo, y una saturación repugnante de la propaganda, es como si viviéramos en una República del silencio. El poder apuesta a ocultar el derroche, el exhibicionismo de los nuevos ricos, y la falta de escrúpulos. Estamos hasta la coronilla de que nos estrujen con propaganda, de que nos manipulen pulsando la ignorancia y el hambre. Porque se han demostrado así mismos que todo puede ser comprado dentro de una sociedad presa.
¿Pero qué es lo que está pasando?
Lo que pasa es que el Partido oficial de este país ha construido un poder desmesurado, que desde los órganos del Estado ha tenido el privilegio de ir instalando un dispositivo de control social que lo ha reagrupado todo (dádivas de beneficencia, bonos estudiantiles, bono-gas, bono-combustible, tarjetas solidaridad, nóminas secretas con fondos públicos, bono-luz, barrilito para senadores y diputados, enriquecimiento de la estructura de dirección del partido oficial, reforma de la Constitución y dominio absoluto de todos sus órganos, control de los medios de comunicación y de los comunicadores por la vía del dinero, práctica desvergonzada del transfuguismo pagado, rentismo, corrupción e impunidad generalizada, cooptación de intelectuales, artistas e historiadores, y empobrecimiento inconmensurable de la vida espiritual del país).
El que no quiera verlo que cierre los ojos, y aun así lo sentirá, porque es una retícula de poder que tiene presencia en todas las esferas de la vida nacional. La nación está ahora organizada de tal manera que la corrupción actúa como el cemento invisible que una todas las piezas del tablero.
Si Juan Bosch viviera y le tocara interpretar lo que está pasando, se insubordinaría por los asfixiantes mecanismos de control social que el PLD ha erigido para legitimarse. La República Dominicana es un país secuestrado por una pequeña burguesía golosa que no tiene límites para exhibir el disfrute de los bienes terrenales. Y que han perdido todo freno ético, porque han descubierto que el dinero otorga personalidad, y puede dar felicidad o éxito. No hay historia post factual, pero si Juan Bosch viviera no fuera peledeísta, lo hubiera abrumado la falsificación de la democracia, y el esplendor de tantas fortunas obscenas que la codicia y la soberbia han acumulado en el PLD. ¡Oh, Dios!