La intolerancia heroica

La intolerancia heroica

“Personas decentes hay muchas son las que saben decir no a tiempo; héroes, en cambio hay muy pocos. Se puede ser decente toda la vida pero el héroe sólo lo es en un momento. En su comportamiento hay algo irracional, instintivo, algo que está en su naturaleza y a lo que no puede escapar…”

El rumor atravesó garitas y barrotes, cruzó retenes, anduvo en carretas y camiones, detrás  de  andullos y cañaverales, ocupó pasillos de  comisarías y burdeles, de hospitales y sacristías, de almacenes y quintas. El miércoles  amaneció en silencio y hasta las azucenas, para el altar de María, olían a sangre. El hombre estaba muerto y nadie quería creerlo. Si perfecto fue el momento del atentado, de la emboscada, perfecto fue el equipo de investigación de la tiranía. Evaluó indicios y en menos de 24 horas, el complot estaba develado. El comunicado oficial plasmó el acierto, nombres y fotografías justificaron el espanto y la sorpresa de una población confundida porque ninguno de los imputados era ajeno al régimen. Así tenía que ser, como ocurrió con César. Esa circunstancia pretendió tergiversarse, fue delito subrayar la amistad que unía a los conjurados con el sátrapa, mencionar el disfrute de los favores de la tiranía, durante 30 años. Fortuna y vida le debían al jefe. Reyerta entre compadres decían por debajo y preguntaban ¿A dónde están los compadres del compadre que mataron?  Ocurrió que algunos compadres decidieron que la barbarie no podía seguir y acudieron a la cita del valor. Otros, estaban agazapados, ordenando asesinatos para justificar cobardías y explicar porque, en la madrugada del decoro, se separaron  de la gloria. Hubo compadres en  las ergástulas, sufriendo el horror sin arrepentimiento, también estuvieron frente al mar, esperando la saña de Ramfis y sus secuaces.

Cinco décadas después,  el ocultamiento, la falsía, el regateo de heroísmo, la búsqueda de lugares en un contaminado y atestado altar de la patria, continúa. Los intereses individuales, el deseo de parientes y amigos, el compadrazgo, son datos importantes pero no deben servir para torcer la historia. Es innegable la importancia del contexto social, afectivo, urbano,  para comprender el intríngulis el 30 de mayo, pero esos elementos no deben convertirse en excluyentes y exclusivos. Los panteones particulares, los altares en la sala son eso, homenajes personales, no aceptan  evaluación extraña, perviven gracias al aporte del corazón. Eso no es historia, la historia es exigente.  La revisión de estrategias y métodos debe ser prioridad para algunas fundaciones patrióticas en esta etapa de conmemoraciones importantes.

Sólo cuando el colectivo siente como propia una gesta, comprende su origen y efectos, el hecho trasciende. Si el relato de la creación de la sociedad La Trinitaria se hubiera quedado en cotilleo de  filorios, hoy sería una anécdota. El  trabajo  de la Fundación Héroes del 30 de Mayo, por ejemplo,  ha sido imprescindible para conocer detalles de la acción y del fallido proyecto de los políticos que aspiraban ocupar Palacio, luego del tiranicidio.  Sin embargo, no se ha logrado que la hazaña sea compartida por la mayoría. Hipótesis hay muchas para explicar el divorcio de la población con las gestas. La responsabilidad no es sólo de esas entidades aunque la intolerancia de sus directivos, la ausencia de perspectiva ideológica, el silencio en momentos  cruciales de nuestra historia reciente, impiden la credibilidad aspirada. Se erigieron en administradores del procerato, dadores de méritos por afecto. Los ejecutivos de las fundaciones tienen el derecho, y lo ejercen, de limitar la condición de prócer, determinar el peaje para entrar en sus nichos de gloria, pero  omitir crímenes, callar acciones, es falsificación. Tampoco  pueden impedir que otras personas ejerzan el derecho a disentir, a expresar su opinión, absolutamente diferente  a la versión  que manejan y acomodan. Decir que la verdad tarde o temprano se impone, no es convincente, las mentiras avaladas por instituciones, perduran. Continuar con la intolerancia y los compromisos afectivos, aleja más el 30 de mayo del imaginario colectivo, ratifica el autoritarismo y “viva el jefe”.  Necesitamos, menos flores y más verdades, menos excusas, más razones y testimonios.

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