La invencible alegría

La invencible alegría

Poetas y pensadores de todos los tiempos han subrayado siempre que “en la vida no pueden faltar los dolores”. De guerras, conflictos políticos, escaseces y enfermedades, se componen las crónicas de los siglos que pasaron. En Europa se oye con frecuencia: él nació durante la Segunda Guerra Mundial; siendo niño sólo conoció bombas y desolación. He sabido de artistas europeos cuyos hijos bebieron poca leche en la infancia, por lo cual, según cuentan, “tienen los huesos quebradizos”. No averigüemos si sus abuelos pelearon en la guerra de trincheras de comienzos del siglo XX, si padecieron epidemias cuando no existía la penicilina.

La gente sufre, sin duda; algunas veces por causa de persecuciones ideológicas, étnicas, políticas; otras veces debe aguantar tiranos crueles llenos de rencor; y en ocasiones, afrontar terremotos, huracanes. Una señora húngara narraba: en los años cuarenta, pude mal comer vendiendo cada día un eslabón de una cadena de oro que me había regalado mi madre. Durante un viaje a Israel escuché historias espeluznantes de boca de mujeres que fueron internadas en campos de concentración. En el sufrimiento, la gama es interminable. Una de ellas, judía alemana y poetisa, pretendía “encontrar alegría” en la música. Asistía a muchos conciertos. A pesar de sus inmensas ojeras negras, reía gozosa a cada momento.

Ningún “contratiempo” hace que el hombre renuncie a la posibilidad de sentir alegría. ¿Qué ocurre en la sangre de las personas que sufren? Tal vez algún hematólogo del futuro descubra la relación que podría existir entre plaquetas, glóbulos rojos y blancos, para que tras la tristeza aparezca la alegría. ¿Es un fenómeno de química cerebral? ¿Es un misterio electromagnético sólo explicable mediante la física atómica? ¿Habrá “partículas tristes” que se conviertan en “electrones alegres”? ¿Cómo superamos “una racha” de adversidad?

Las crisis económicas, devaluaciones monetarias, son catástrofes temporales que producen pérdidas cuantificables de la riqueza, sea privada o pública; pero los trastornos emocionales correspondientes –difícilmente mensurables-, desaparecen más rápidamente que los daños económicos. Un buen almuerzo, acompañado de vino oloroso, restaura la capacidad de enfrentar “este mundo lleno de púas”. Música, flores, animales domésticos, facilitan la llegada de la risa a rostros demacrados por el dolor. La alegría quizás sea una cicatriz interior.

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