La invención de un género

La invención de un género

Federico Henríquez Gratereaux acaba de publicar una “novelastra”, género de su invención que es un híbrido entre ensayo y novela, y desde ya me atrevo a decir que “Ubres de Novelastra” será una de las obras literarias dominicanas más importantes. Se trata de una tomografía axial computarizada, traducida a términos literarios, del siglo XX; así, en vez de la borrosa imagen plana de las radiografías, ésta fluye en coloridas escamas o capas superpuestas. Desde Europa del este hasta nuestro Caribe, las ideas y pasiones que motivaron las políticas imperantes, aparecen retratadas con la aguda y acertada visión de un experto narrador, que pone en boca de deliciosos personajes la descripción de los detalles.

Quienes hemos sido lectores de la columna de don Federico en estas páginas de Hoy, conocemos hace rato a Panonia, Ladislao Ubrique, Lidia, Azuceno, Miclosz y los demás inolvidables protagonistas de esta narración cautivante, que provoca reflexiones profundas sobre la naturaleza humana y cómo el entorno la condiciona. Como ñapa, explica la filosofía evocando sin imitar al “Mundo de Sofía” del noruego Jostein Gaarder.

Conocí a Federico Henríquez Gratereaux en 1978 cuando como reportero cubría la Presidencia y él trabajaba junto con don Héctor Incháustegui Cabral en las relaciones públicas del presidente Antonio Guzmán. Murió don Héctor y Federico pasó a ser secretario de Estado encargado de las relaciones públicas. Y así debí relacionarme con él. Como reportero de El Caribe, que alguna gente creía era el “periódico de la oposición”, padecí innumerables vejámenes. Pero don Federico era otra cosa. Quizás pocas veces un Presidente de la República ha tenido un relacionista con tan finas maneras ni tanto talento.

Henríquez Gratereaux ha publicado varios de los más lúcidos y profundos ensayos sobre la dominicanidad. Por no pertenecer a ninguna de las lastimosas capillas literarias criollas, su magnífica y relevante obra como ensayista, pese a estar premiada, es habitualmente ignorada o desdeñada por muchos auto-designados «árbitros culturales». Los mediocres temen a la brillantez ajena.

En “Ubres de Novelastra”, que merecía quizás mejor título, don Federico rompe el esquema tradicional de la novela, y en vez de plantear una situación, armar un nudo y explicar su desenlace, lleva al lector de la mano por una brillantísima explicación del siglo XX.

Hay que leerla. Es lo mejor de Henríquez Gratereaux, cuya obra anterior era de por sí excelente.

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