La inversión en el desarrollo
científico y tecnológico

La inversión en el desarrollo<BR>científico y tecnológico

FAUSTINO COLLADO
Las invenciones e innovaciones técnicas han sustentado el desarrollo material de los pueblos, especialmente en el capitalismo, aunque, deben considerarse los aportes de algunas innovaciones espirituales como coadyuvantes del desarrollo material y social, como fue el caso de la contribución de la ética protestante y de los valores del puritanismo en el norte de Europa y en las colonias americanas de Inglaterra a partir del siglo XVII. 

También ha ocurrido con frecuencia lo contrario, que determinados niveles de estados espirituales (ideas filosóficas y políticas, creencias religiosas, normas jurídicas) han impedido o retrasado el desarrollo material y científico, como ocurrió con la Inquisición católica, con el socialismo autoritario en algunos países, con el predominio prolongado de paradigmas científicos, como fueron los casos de las concepciones precientíficas sobre la luz, la electricidad, la mecánica y el movimiento absoluto.

Se reconoce que el desarrollo técnico y material, también influye y determina el desarrollo espiritual, entendido éste como la adopción de ideas, ideales, teorías, valores y prácticas colectivas que originan la identidad, voluntad y progreso de los pueblos.

Por esta mutua influencia e interdependencia entre lo material y lo espiritual, históricamente comprobadas, se debe asumir una concepción y estrategias integrales en torno a la inversión que necesita el desarrollo científico y tecnológico en una sociedad determinada. Como veremos, se requiere de varios tipos de inversión.

Está, en primer lugar, de lo que a menudo más se habla, la inversión financiera, que se manifiesta en los disputados presupuestos públicos y privados, y que se utiliza en construcción y mantenimiento de instalaciones, equipamiento de laboratorios y centros de investigación, pago de docentes e investigadores, insumos, gestión, publicaciones y logística en general.

En este aspecto, la inversión promedio de los países desarrollados es de un 3% del PIB; en América Latina no llega al 1%, y en República Dominicana está por debajo del 0.5%. En el caso de la UASD, la inversión en investigación para la creación de nuevos conocimientos y nuevas tecnologías no pasa de 24 millones de pesos al año, un 1% del presupuesto de 2,400 millones en 2007, a pesar de que la Resolución No. 2001-117 del Consejo Universitario dice que la inversión en investigación debe ser de un 10%.

Esas cifras deben duplicarse en el país en los próximos tres años, y quintuplicarse en la UASD, si se quiere un soporte científico de largo plazo al plan nacional de competitividad que se prepara en las esferas gubernamentales y privadas, para responder a la actual competencia internacional. Pero, la inversión financiera, el capital, el dinero no lo resuelve todo.

En el caso dominicano, y de la UASD en particular, se ha botado mucho dinero en construcciones y equipos, sin llegar a utilizarse en la producción de conocimientos, como fueron los casos del Proyecto UASD-BID-FUNDAPEC, de los laboratorios de Ingeniería (Ruinas viejas), de equipos médicos dañados por desuso, del abandono de los anteriores centros de investigación de la Secretaría de Agricultura, etc.

Tampoco la existencia de uno o dos genios, con formación académica o sin ella, digamos un Benjamín Franklin en Estados Unidos de Norteamérica, determina el desarrollo científico en una sociedad. Se necesita algo más. Debe haber una estructura social adecuada, que relacione, institucionalice y dé continuidad a las iniciativas individuales y orgánicas de producción de conocimientos. Fue esa estructura social la que parió al genio de Isaac Newton en Inglaterra, así como a un Rousseau en Francia.

El desarrollo científico y tecnológico requiere de un número creciente de escuelas bien equipadas y bien dirigidas, donde las ciencias básicas y la creatividad pasen a ser una prioridad; de universidades con una actividad investigativa desde el aula, fortalecida con centros de investigación especializados de alto nivel, donde acudan los estudiantes y profesores más destacados, creativos y con vocación hacia la investigación.

Esa segunda inversión es la institucional, sustentada en una renovada organización educativa, responsabilidad principal del Estado, complementada con la existencia de una red de organizaciones sociales donde se realice y promueva la actividad científica, como son las academias de ciencias, las instituciones educativas y culturales laicas, los medios de comunicación, las ONG’s, entre otras, que ejecuten programas científicos apoyados por el gobierno nacional, los gobiernos locales y las empresas.

En el caso dominicano la estructura social de apoyo a la actividad científica es muy débil. De 43 instituciones d educación superior solo 15 tienen una mínima inversión en investigación; existe una Academia de Ciencias con programas limitados; los gremios profesionales, sus ramas, capítulos o sociedades realizan de cuando en vez eventos científicos, pero no hay una labor científica sistematizada; los concursos científicos de instituciones públicas y privadas son escasos; en las universidades no se han conformado las comunidades científicas; entre miles de escuelas y colegios no llegan a diez los que realizan ferias científicas.

Debemos reconocer, sin embargo, el efecto positivo de las olimpiadas del INTEC, de los concursos nacionales de matemática y lectura de la Secretaría de Educación, de la apertura del reciente Fondo de Investigación Social de la Secretaría de Economía, con fondos del BID, de las Jornadas de Investigación anuales de la UASD, de la apertura del Fondo Nacional de Innovación y Desarrollo Científico y Tecnológico, contemplado en la Ley 139-01 que crea la Secretaría de Educación Superior, los trabajos del IDIAF en el área de la agropecuaria, del IBII, anterior INDOTEC, entre otros limitados esfuerzos.

Estos esfuerzos, sin embargo, están dispersos,  no existe una clara política nacional de investigación y desarrollo científico; no existe un sistema nacional de ciencia y tecnología estructurado, reglamentado, apoyándose mutuamente. La Subsecretaría de Ciencia y Tecnología de la SEESCYT deberá ampliar sus esfuerzos en este sentido, y el gobierno debe multiplicar el mínimo apoyo que le da en estos momentos.

Finalmente, se requiere de una tercera inversión social de la sociedad dominicana, se trata de la creación de un ambiente favorable al trabajo científico, a través del discurso objetivo, como soporte del desarrollo nacional. Un ambiente que privilegie la prueba frente al rumor, que confronte juicios y versiones ante la unilateralidad de la opinión, que valore la historia documentada, que tome en cuenta los resultados ante que promesas e intenciones.

Quizá es la tarea más difícil, puesto que el amplio analfabetismo, la ignorancia extendida, la baja calidad de nuestro sistema educativo, el desprecio del dato en favor de las creencias, la sustitución, en política, del discurso objetivo por el eslogan y el espectáculo, el temor a la  verdad como subcultura  de los que no están liberados internamente, lleva a que una buena parte del liderazgo político y social nacional use más el sentido común que el método científico, hable más de “oídas” que en base a una investigación de los hechos y a las evidencias.

Pese a todo, el liderazgo responsable, sea el académico, el social o el político, deberá unificarse, potencializarse y adoptar iniciativas comunes que propendan al aumento de la inversión financiera, de la inversión institucional y de la inversión social en pro del desarrollo científico dominicano.

El autor es investigador de la UASD

faustinocollado@msn.com

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