La investigación y la tecnología en el mundo global del siglo XXI

La investigación y la tecnología en el mundo global del siglo XXI

Doctora hace uso de la tecnología en una investigación médica.

La tendencia hacia lo multidisciplinario y la globalización del consumo se expande. Estas corrientes convertidas en retos nos plantean una sociedad donde la ciencia y la tecnología están orientadas hacia un ecosistema productor de mercancías que no considera, en la mayoría de los casos, si se trata de recursos renovables o no renovables. El asunto nos hace advertir la importancia de definir a qué tipo de persona o institución los gobiernos y las organizaciones locales e internacionales entregan fondos para la investigación y con qué propósito.

Reflexionemos sobre los retos y las tentaciones a los que se ven expuestos los científicos y empresarios de este milenio. Para ello, aceptemos como premisas los siguientes conceptos: veamos la ética como el conjunto de normas que tiene como objeto salvaguardar, fortalecer y preservar la vida; la ciencia como la que busca la verdad mediante la investigación y la tecnología como conocimientos ordenados que usamos para la obtención de bienes de utilidad práctica que puedan satisfacer las necesidades y deseos de los seres humanos. Aceptemos que el hombre no puede vivir sin normas ni valores porque el relativismo cultural lo convierte en presa fácil de sistemas irracionales. Y finalmente, demos por acordado que todo hecho científico está desnudo de valor, aunque esa última premisa desde el punto de vista moral nos pueda lucir extraña.

Pero esta proposición es fácil de aceptar cuando recordamos que la cosmovisión es la forma peculiar que cada persona tiene para ver y comprender el mundo. Y es que todo investigador es impulsado por su propia visión, sostenida por los antecedentes que lo han moldeado: la educación, el lugar donde le tocó nacer, las influencias que tuvo, las experiencias vividas, en fin… Todas esas variantes influyen, cuando el investigador determina qué asunto considera un problema que debe ser solucionado y las vías que utilizará para lograr esa solución. La cultura permea su peculiar manera de percibir y experimentar el mundo y por tanto, toda hipótesis corresponde a la cosmovisión del investigador. Los valores o antivalores expresados en un proceso de investigación son propios del que ejecuta el estudio y no de la ciencia misma que ofrece las técnicas y herramientas para llevarlo a cabo.

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Al profundizar en el tema de la cosmovisión del científico versus la ciencia y tecnología es vital que tratemos de contestar las siguientes preguntas: ¿Cuál es su concepción del “ser humano”? ¿Cuál es su concepción de la naturaleza? ¿Qué tipo de mirada tiene? ¿cree en pueblos superiores? ¿acaso, este investigador cree en el hombre como la medida de todas las cosas?…

Hay que indagar sobre el tópico para percatarse de dónde viene y hacia dónde va este hombre o mujer de ciencia. ¿Cuáles son las creencias del investigador? ¿Considera la tecnología como el centro de todo o se centra en el cuido de la naturaleza como fuente de todos los beneficios necesarios para la preservación del planeta, comprometido con la metáfora “Gaya” de Lovelock (1972) en la cual la atmósfera y el planeta son un sistema homeostático donde la vida mantiene la estabilidad del entorno natural?

¿De qué tipo de investigador hablamos? De aquel que utiliza la ciencia y la tecnología para que el hombre sea libre o del hombre de ciencia sumiso que se deja manipular por empresas inescrupulosas o gobiernos insensatos y criminales para poco a poco lograr sus fines egocéntricos por encima de todo y todos. El científico curioso y temerario crea, prueba y juega a Dios y logra reproducir el aspecto físico del hombre aun sin comprender otros aspectos capitales como su mente, su pensamiento, su capacidad de crear, su alma, el dilema del bien y del mal. Crea como vive, hacia afuera, con todos los riesgos que eso implica.

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A todo esto, los problemas mundiales son cada vez más complejos. La ley de causa efecto se manifiesta en toda su magnitud: las guerras, la pobreza extrema; la destrucción del medio ambiente, la escasez de agua, alimentos y servicios de salud matan a miles de millones y la economía del mundo es la expresión de una desigualdad rampante. Mientras, los avances científicos se utilizan para crear armas de guerra, naves espaciales y aviones invisibles para los radares. Bombardean naciones acompañados de discursos compasivos escritos por gente que cree que la humanidad es ignorante e incapaz de descubrir sus obvias intensiones. ¿Será que no se dan cuenta que sus acciones y el caos concomitante van en contra de todo equilibrio? La ciencia una y otra vez olvida su función principal: salvar y mejorar la vida del ser humano.
No obstante, esta época permite y propicia la aventura del pensamiento y se construyen puentes entre las ciencias duras y las humanísticas para enfrentar retos impensables. Así, el hombre y la mujer de ciencia, enfrentan dilemas éticos fuertes al verse en la necesidad de tomar decisiones que bien saben que impactarán al ser humano del futuro.

En verdad, la diversidad social y de pensamiento, las guerras versus la posibilidad de armonía entre los pueblos y el efecto de las religiones son verdaderos desafíos. Todo ello impacta fuertemente al investigador a la hora de determinar sobre qué investigar; a quiénes usar como población de muestra; qué informaciones comunicar a los sujetos de estudio y a la comunidad que espera los resultados de sus avances. El mundo de la ética reflexiona sobre el presente con el ánimo de cambios positivos. Para ello toma en cuenta el pluralismo, la revolución del conocimiento y el desarrollo de la conciencia mundial de este siglo. La ética asume la realidad para transformarla.

Igualmente, los diálogos interreligiosos y entre las naciones con intereses distintos son primordiales. Hans Kung (2008), en su “Proyecto de una Ética Mundial” nos dice que debemos valorar los fundamentos de la religión en general en confrontación con la moderna crítica de la religión, con la ética secular, con la situación política y sociocultural. Aceptamos que las nuevas realidades reclaman la aplicación de nuevos valores, pero debemos dejar atrás el contravalor impuesto como virtud en las décadas finales del siglo XX: la imposición de catalogar el dinero como virtud y luego sobreponerlo como valor supremo. Esta decisión de medir al hombre por lo que tiene, y no por lo que es, no solo propicia la desigualdad sino que la acrecienta.

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Distingamos la ciencia como algo vital que eleva y mejora la calidad de vida del ser humano acorde a su desarrollo cognoscitivo e intelectual. Y, por otro lado, la ciencia para bien del hombre en los aspectos: económico, académico, institucional, familiar, institucional o empresarial. Mantengamos normas y controles a través de los comités de ética; entrenemos a nuestros investigadores; aseguremos que los aportes de capital sean utilizados en investigaciones para bien de la humanidad; aseguremos la integridad de datos, de reportes y publicaciones. Propiciemos los registros públicos; la transparencia y honestidad; evitemos la falsificación y manipulación de datos; el plagio y los conflictos de intereses. Sancionemos a los infractores de normas para beneficio ilícito. Las investigaciones con mucha frecuencia traen resultados fuera de nuestro control, por tanto, regulemos la entrega de fondos a investigadores éticos y de sólida trayectoria. Tengamos en cuenta los peligros y las desventajas del uso inadecuado de la ciencia y la tecnología.

Antes de terminar, les aseguro que no buscamos la sublimación de un modelo de investigación, pero toda investigación debe asegurar la sostenibilidad de la dignidad y solidaridad humana como valor. Se trata de una ciencia entrelazada a un humanismo moderno donde se establezca un diálogo entre la ciencia, la tecnología y la ética. Desde hace mucho tiempo el hombre quiere encontrar respuestas al asunto de la “condición humana”: ¿Podrá la ciencia auxiliada de la tecnología dar respuesta a esta gran incógnita filosófica? ¿Tendrá la ciencia y la tecnología ese poder?… ¿Dónde están los límites? ¿Develar los misterios será encontrar a Dios? ¿Será?, ¿o acaso el caos global en que estamos inmersos solo retome las palabras de Friedrich Nietzsche (1882), metáfora de la pérdida de valores de la sociedad: “Dios ha muerto. Dios sigue muerto. Y nosotros lo hemos matado”.

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