El hecho de que un vehículo pequeño pudiera atravesar como Pedro por su casa 16 puestos de chequeo migratorio desde la frontera hasta bien adentro del territorio nacional con una carga de 16 haitianos indocumentados dio motivo al ocurrente corresponsal Manuel Espinosa para describir, implícitamente, como cegata a la estructura policíaco-militar y de inspectoría civil que debe hacer respetar facultades soberanas del Estado dominicano. Un accidente tronchó el viaje.
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Como no se trata de un caso aislado sino de reafirmación de la vigencia de bandas de traficantes ante las que fracasa la ley por complicidades de una parte infiltrada de sus guardianes, la pregunta es si es con esa realidad con la que cuenta el presidente Abinader para proponerse que en lo adelante la frontera no sea la misma. Esa que la mayoría de los dominicanos siente como extremadamente perforada.
Al hablar con promesas de medidas que tendrían que ser de contundencia innovadora dirigidas a que entre Haití y este país haya auténticas delimitaciones, rigor disciplinario y supresión de riesgos para el Estado de derecho, el primer mandatario pareció en dominio de capacidades desconocidas para enderezar los torcimientos de ramas de un árbol nacido con la independencia sin que poderes sucesivos inculcaran, con suficiencia, sentido de los límites éticos en órganos asignados a combatir las ilegalidades que siempre han conmovido por su magnitud allí donde deben predominar los ejercicios de autoridad.