Le irritó actitud de José Israel Cuello y Asela Morel en reunión en Palacio
Luego de autorizar su libertad, el dictador Rafael L. Trujillo se reunió en el Palacio Nacional con un grupo de jóvenes participantes en el develado complot del 1J4, en presencia de su hijo Ramfis y de sus colaboradores más cercanos, algunos de los cuales habían intervenido a favor de los conjurados.
Un informe del jefe Servicio de Inteligencia Militar (SIM), Johnny Abbes García, revelaba que las frecuentes explosiones de bombas de fabricación casera y los incendios de tiendas y comercios en diferentes sectores de la capital, era responsabilidad de los catorcistas liberados, situación que mantenía profundamente preocupado al dictador, dado que muchos de los integrantes del movimiento estaban ligados a personalidades respetables en los diferentes círculos sociales y hasta funcionarios del régimen.
Entre esas personas estaban el arzobispo de Santo Domingo, monseñor de Ricardo Pittini, que a pesar de que conocía el contenido de la Carta Pastoral leída en los templos católicos a fines de enero de 1960, no firmó el documento. “Hermano, que Dios los proteja”, fue la única expresión del obispo cuando le informaron sobre la homilía que clamaba por los presos políticos.
Asimismo, la hija predilecta del Jefe, Angelita Trujillo Martínez, defendió abiertamente a la conjurada doctora Asela Morel, que había sido su ginecóloga y por quien manifestaba afectos, puesto que la médica le salvó la vida en uno de sus partos, según narra el distinguido periodista fallecido Manuel de Js. Javier García, en su libro “Mis 20 años en el Palacio Nacional junto a Trujillo”.
En la primera reunión con los catorcistas lo que disparó el ánimo del dictador fue la actitud desafiante del joven estudiante de ingeniería José Israel Cuello, y de la misma Asela Morel.
El grupo lo completaban los universitarios Jorge Pavón e Iván Tavárez Castellanos, quienes estaban acompañados de sus padres, el ingeniero Ulises Tavárez y el profesor Antonio Cuello y la señora Persia Moni Vda. Pavón. “¿Ustedes se fijaron?”, dijo Trujillo, dirigiéndose a sus acompañantes, “la forma en que estaban ese par de sinvergüenzas? (José Israel y Asela).
El carajito ese, hijo de Antonio Cuello, fabricante de bombas y agitador belicoso, lo más sonriente y burlón como quien ha hecho una gran hazaña. Se ha salvado por ser hijo de quien es, Antonio Cuello, uno de los hombres más íntegros y respetables de este `país. Por eso lo aprecio y lo distingo”.
“Y esa, Asela Morel, conspiradora consuetudinaria. Estaba como una reina desafiando al mundo. No le mando a partir el pescuezo porque Angelita me habló de ella, que era su partera y que la quería mucho”. “Así son las gentes por las que ustedes abogan”, expresó Trujillo en tono enérgico, dirigiéndose a sus colaboradores Virgilio Alvarez Pina, Manuel de Moya Alonzo, Joaquín Balaguer, Augusto Peinag Cestero, y Virgilio Alvarez Sánchez .
“Pero, sépanlo… entiéndanlo”, agregó el Jefe. Y prosiguió “todos no son más que unos hijos de puta, malagradecidos; los perdono, los suelto y pagan con eso, poniendo bombas… aterrorizando a la ciudadanía.
No hay dudas: esos terroristas pretenden seguir con lo suyo. Pero no. ¡Esto se acabó!… Yo no voy a estar de pendejo. ¡A joder a otro! Aquí lo que se necesita es partir pescuezos, sin distinción, acabar con los conspiradores”.
Ramfis quiso calmar a su padre y le dijo, entre otras cosas, que compartía el juicio expresado por el profesor Cuello, en el sentido de que la conspiración catorcista era “cosas de la juventud que sueña y no piensa”.
A lo que el hombre fuerte respondió: “No me vengas con esas pendejadas. Esa gente sigue conspirando, estallando bombas. Pero yo voy a ser implacable, aquí se acaba el terrorismo o no queda vivo ningún conspirador”.
En el encuentro con los jóvenes y sus familiares, Trujillo, señalando a José Israel, preguntó al jefe del SIM, Abbes García, “¿Y quién sacó a este de la cárcel”, y el militar respondió: “Excelencia, usted dispuso su libertad”… “¿Yo?, replicó Trujillo extrañado y colérico.
“Con perdón, Jefe, intercedió el profesor Cuello, este joven es el hijo mío por el que le hablé y usted dispuso su excarcelación y me lo entregó”. ¡Que lástima!”, dijo el dictador con desencanto.
Después de identificar a los conjurados les dirigió una advertencia, recordándoles que habían conspirado al tiempo que les endilgaba la responsabilidad de una supuesta campaña de agitación y terrorismo que mantenía en zozobra a la ciudadanía.
El profesor Cuello interrumpió al Jefe y le razonó que la conspiración frustrada del 14 de Junio era cosas de juventud, y que consideraba que tenía la seguridad de que ninguno del grupo indultado estaba conspirando. “Qué cosas de juventud, ni juventud, le replicó Trujillo.
“Nosotros estamos al tanto de los movimientos de los conspiradores y podemos asegurar que inexorablemente se cumplirá con la ley con los que sean sorprendidos en actos de terrorismo. Y no habrá clemencia para nadie”, manifestó el dictador.