La ira del Consejero del Príncipe

La ira del Consejero del Príncipe

El título de este este artículo es una directa referencia a Ramón Tejada Holguín, director general de la Dirección de Información, Análisis y Programación Estratégica de la Presidencia, Diape, por su desproporcionada respuesta a un comentario puntual de Andrés L. Mateo relativo a la política informativa del gobierno. Con su despropósito, con los adjetivos peyorativos, Tejada Holguín alude directamente Mateo, pero esos mismos adjetivos, en esencia, son los utilizados por él y otros ideólogos contra muchos de quienes hemos mantenido una posición crítica contra el presente gobierno.
En tal sentido, el tema no puede ser reducido a una polémica entre dos, tampoco constituye una mera malcriadeza de un funcionario, sino que es una manifestación de cómo algunos intelectuales y técnicos que participan en algunas instancias del Estado se convierten en ideólogos del gobierno que administra ese Estado, en consejeros del Príncipe, vale decir del presidente de turno. Como dice Bobbio, dejan de ser expertos con legítimo derecho a participar en alguna instancia del Estado y pasan a ser ideólogos o guías pagados al servicio de un determinado poder, con lo cual renuncian a lo que generalmente se entiende por intelectual: ente crítico o laico de los poderes.
Cuando un técnico o intelectual se convierte en ideólogo, tiende a hacer lecturas no objetivas de los datos que arrojan determinados estudios para de esa manera crear opinión favorable al Príncipe. En esencia, ese es su trabajo, non santo, pero es su trabajo. No obstante, lo que es rechazable es que al hacerlo asuman actitudes que por momentos se convierten en expresiones de arrogancia que terminan en descalificación a los diversamente pensantes, a las opiniones o interpretaciones críticas de estos frente a determinadas posiciones o acciones del gobierno para el cual trabaja el ideólogo. En esa actitud han incurrido diversos profesionales que, sin llegar a ser ideólogos del gobierno se convierten en creadores de opinión esencialmente favorables a éste.
Todos los gobiernos del mundo tienden a tener sus Diape, es normal; pero lo que no es normal ni mucho menos aceptable es que muchos de los que integran la de este país han asumido una actitud prepotente y de denostación a sus adversarios que de alguna manera contribuye a fortalecer esa cultura de la intolerancia y del fanatismo que tanto ha contribuido a que nos mantengamos como una sociedad lastrada, fragmentada, sin vocación a los acuerdos y a romperlo inmediatamente se rubrican las firmas de sus suscribientes. También, muchos afectos al gobierno y que no son de la Diape, asumen una actitud de intolerancia y de denuesto a quienes mantenemos una actitud crítica contra este y todos los poderes y a favor de determinadas causas.
Finalmente, creo que la ira de Ramón contra Andrés, no es sólo una simple reacción de un técnico convertido en ideólogo, sino de hasta dónde el ejercicio del poder tiende a cambiar a la gente, a creerse depositarios de la verdad y a ver en quienes antes eran sus iguales “cerebros quemados”, incapaces de leer correctamente la realidad. Viven en una burbuja, en la burbuja del poder, tan frágil y leve como son los tiempos del poder.

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