La ira y el enojo son emociones fuertes que pueden provocar pensamientos negativos, y por tanto impactar en nuestra conducta, de allí la importancia de reconocer y aprender a manejar sus efectos.
Sin duda alguna, todos hemos experimentado estas emociones aunque sea de manera efímera. La ira y el enojo pueden surgir cuando percibimos una injusticia, cuando nos sentimos heridos, o si advertimos alguna molestia en nuestro entorno. También pueden aparecer si vemos amenazada nuestra integridad. Las situaciones que las provocan dependen en gran medida de percepciones y sentimientos que pueden ser subjetivos o reales.
La ira y el enojo también pueden surgir como sentimientos de inseguridad, envidia, miedo, incertidumbre, derivados de la sensación de impotencia ante ciertas situaciones, como la incapacidad transitoria o permanente para resolver algo o conseguir una meta; del mimo modo, puede surgir como respuesta ante un estado de frustración. Es recomendable, entonces, que si nos encontramos en cualquiera de estas circunstancias, debemos vigilar nuestras respuestas emocionales, ya que en medio de estas, somos más susceptibles y propensos a reaccionar de manera iracunda, que siempre tiene consecuencias, ya sean físicas, emocionales o psicológicas, tanto para quien ha tenido la reacción como para las personas que la han recibido.
La manifestación de un mayor o menor incremento de la ira y la manera de regularla, se vincula a factores genéticos y fisiológicos, así como al aprendizaje conductual que hemos tenido desde pequeños y a los sistemas de creencias y de valores que se activen en medio de la situación que genera la molestia. La probabilidad de que estas emociones displacenteras nos lleven al descontrol o se cristalice en un estado de mal humor, también puede depender de estos factores y dependiendo de la habilidad que tengamos incorporada para manejar estas emociones, la reacción puede ser automática o no.
Por otro lado, el enojo manejable es normal ante ciertas situaciones que los suscitan, y en algunos contextos es incluso saludable sentir esta emoción. Pero antes de reaccionar o responder a la situación incómoda, debemos sobreponernos al enojo, para así poder defender nuestros puntos de vista o manifestar nuestra inconformidad sin recurrir a conductas que agraven la situación.
El descontrol de estas emociones impacta de manera negativa nuestra salud física, ya que su respuesta fisiológica involucra la presion arterial y la frecuencia cardiaca. A estos factore se suma el deterioro de nuestras relaciones interpersonales, lo que se traduce en un deterioro de nuestra calidad de vida. Si agregamos las causas del enojo y la ira, convertidas en objeto de rumiación y resentimiento, podemos entender mejor la importancia de manejar estas emociones.
Debemos aprender a manifestar nuestras opiniones y necesidades sin perjudicar a nuestros semejantes. Ser firmes no implica ser prepotentes y tener la razón no nos da licencia para vulnerar a los demas. Así pues, no se trata de reprimirnos sino de canalizarar nuestras emociones de manera correcta y saludable.
Para controlar la ira y el enojo es vital reconocer y analizar las circunstancias específicas que la provocan, asi como desarrollar estrategias que favorezcan el autocontrol y el dominio propio. Al ser emociones relacionadas con el temperamento y el carácter, muchas veces necesitamos ayuda para poder manejarla. La mejora de la empatía es una de las estrategias básicas que nos permiten manejar el enojo adecuadamente.