La irrealidad del “Estado Dominicano”

La irrealidad del “Estado Dominicano”

MANUEL E. GÓMEZ PIETERZ
Cuando el Doctor Balaguer calificó nuestra Constitución como un simple pedazo de papel, la irracional mediocridad política de nuestro país se rasgó la vestidura.  Aquí el anti-balaguerismo excusa el pensamiento lógico y el imperativo de establecer la verdad histórica. 

 Alguien, sin duda muy sabio, sentenció: el hombre rabiosamente anti-pedro, aboga por un mundo en el cual pedro no exista, por tanto un mundo anterior a pedro  y en consecuencia que supone el advenimiento de pedro.  El “anti” y no el “pro”, ha sido el núcleo  de nuestra viciosa recurrencia histórica.  Y la sistemática elección de un gran culpable, encubre y excusa nuestra propia hipocresía y secretas voliciones e inconductas.

Hasta la saciedad, hemos dicho y repetido que el “Estado Dominicano” históricamente ha sido y es una entelequia, una petición de principio, esto es, que existe porque se supone que debe existir en toda república por gregaria que ésta sea.  El nuestro es un Estado invertebrado, porque su carta constitutiva nunca ha sido la expresión de un pacto social que interprete y exprese aun mínimamente la voluntad y el interés de la sociedad dominicana, sino la insaciable, mutable y particular ambición de una abominable “clase” de políticos que la zarandea impunemente a su particular voluntad, antojo y placer.  Políticos, cuya voracidad ha convertido el mapa del país en una abigarrada profusión de microprovincias, que fielmente refleja el grado de dispersión y arraigamiento del particularismo político imperante y la magnitud del saqueo presupuestario.

La república se mueve y “avanza” aceleradamente hacia un estado de cohecho, no de derecho.  Nos movemos de espaldas a la realidad y a contramarcha de los tiempos.  De no haber un cambio de rumbo y liderazgo, adelante está el precipicio y el abismo del colapso del sistema de partidos políticos, con el posible advenimiento del loco salvador, mensajero de una nueva, mágica e imposible utopía.

Cuando el Estado se evapora, el gobierno usurpa sus poderes y particulariza la función pública.  Las instituciones dejan de ser estatales para convertirse en gubernamentales.  El gobierno pasa de simple  administrador a amo circunstancial de la cosa pública.  La función pública se particulariza e ilegitima porque ya no se rige por el canon constitucional ni el estado de derecho, sino por el difuso y cambiante interés partidario siempre proclive a entrarle a saco al erario, mayormente por vía del mal manejo  presupuestario, amparado por el secreto, la impunidad y el derroche propagandístico.  Los organismos del Estado se promueven en los medios como si fuesen partidos políticos en permanente y dispendiosa campaña electoral en velado apoyo del gobierno de turno.  Porque el gobierno es el Estado.  Gobierno que proclama “l’etat c’est moi”; ¡el estado soy yo!

Así, gobiernos van, gobiernos vienen, gobiernos vuelven, todo va de mal en peor en términos de visión de futuro, porque la intensa y espontánea movilidad de hoy, a expensas de la deuda social y del reconocimiento del derecho de los más pobres a una vida digna, atenta contra su sostenibilidad a largo plazo.  El supremo liderazgo que se sustenta en la retórica propia, en la incontrolada acción ajena y que además se cree legitimado por el aplauso interesado de quienes no constituyen una real, activa y visionaria clase dirigente, es capitán de una nave que navega sin rumbo ni destino cierto.  Excepto el de la catástrofe del naufragio.

La salida histórica justificadora de nuestro gran desastre nacional ha sido señalar un gran culpable y execrarlo por siempre.  El primero fue Trujillo; un déspota, pero con una intuitiva y realista concepción del Estado, inexistente antes de su advenimiento, pues nuestro país se debatía en un cuasi estado de plena naturaleza.  El segundo gran culpable favorito fue el Doctor Balaguer, un auténtico estadista que efectuó sin trauma la difícil transición de la dictadura a una democracia posible, creando además la masa crítica económica e institucional básica, para un desarrollo sostenible.  Sin su sabio y prolongado mandato, nuestro país muy posiblemente habría regresado a su tradicional estado de anarquía. 

Los envenenadores pseudo-intelectuales de este país, más comprometidos con su visión ideológica que con la verdad, y que siempre deberían mirar al futuro pensando que un joven ávido de orientación los está observando,   tienen la palabra.

 

m.gomezpieterz@yahoo.com

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