La isla artificial y el Memphis

La isla artificial y el Memphis

LIPE COLLADO
El martes 29 de agosto de 1916, una pavorosa ola sísmica – un sutnami de más de 100 pies de altura, más alta que el obelisco macho del malecón -que mide 30 metros- arrastró al acorazado militar de Estados Unidos, Memphis, desde más de un kilómetro mar adentro y lo estrelló contra las costas del Placer de los Estudios, en el tramo entre las calles Pina y Cambronal, muriendo 43 marines y resultando herido 200. Cuando al filo de las 5 de la tarde, de 89 años atrás, el Memphis fue arrastrado terroríficamente por aquel monstruo marino acuoso, su capitán y la tripulación llevaban más de una hora luchando contra enormes olas feroces, que eran una avanzada exitosa para la embestida final del enorme sutnami.

Cinco horas antes, al filo de las 12, a varios cientos de kilómetros de neutras costas sureñas de Santo Domingo, una falla marina se había sacudido y provocado desplazamientos voluminosos y violentos de agua. Según referencias diversas, estas sacudidas son recurrentes y aproximadamente cada 70 años nuestras costas capitaleñas son embestidas por enormes olas anunciadoras de una enorme ola irresistible, de efectos devastadores.

Independientemente de que lleven un retraso de 19 años, la recurrencia podría producirse en cualquier momento impactando el área donde se construirá la isla artificial, frente a nuestro acogedor y hermoso malecón.

He traído a colación el tema de los sutnamis por su categoría de factor recurrente -oculto tras los 89 años transcurridos- sin ánimo alarmista ni oposicionista del magno proyecto de una isla artificial en las costas sureñas de la capital.

Soy de los que proclama que nadie puede oponerse al progreso utilizando de escudo argumentos que suelen reflejar un temor pavoroso a los cambios, a las sacudidas en su entorno tradicional y a las naturales derivaciones negativas -algo innegable- que lleva en sus entrañas toda cadena de cambios aunque sean positivos. Ahora bien, al igual que muchos ciudadanos, suelo preguntarme acerca de la pertinencia momentánea de las grandes tareas signadas como progreso y es bajo este microscopio de precisión que he auscultado el proyecto de la isla artificial y del Metro, este último bueno pero felizmente aplazado debido a los grandes riesgos económicos y políticos que de momento arrastraba.

Lo de la isla artificial debería se sometido a un intenso escrutinio y dejar en claro si implicaría una violación tangencial de nuestro territorio, en cuanto a que si al ceder el área del mar donde se levantará estaríamos renunciando a la propiedad y derechos de la corteza terrestre inmediatamente debajo porque si fuese así se trataría de una operación comercial con error de origen: la violación a la Constitución de la República.

Y esto último queda dicho por aquello de que nuestro territorio es «inalienable», lo que quiere decir que no se puede «enajenar», y, según mi entendimiento de la lengua española, «enajenar» significa «traspasar o transmitir a alguien el dominio de algo o algún otro derecho sobre ello», en este caso, sobre el territorio nacional correspondiente a la franjo marina adyacente definida como parte de nuestra soberanía dentro de los Derechos del Mar.

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