La isla artificiosa

La isla artificiosa

LUIS SCHEKER ORTIZ
El pasado 19 de julio, 2005, la Academia de Ciencias de la República Dominicana celebró una primera jornada de encuentros para evaluar las posibilidades técnico-científicas y las consecuencias, positivas-negativas, de dos de los más ambiciosos megaproyectos presentados al actual gobierno: la construcción de una isla artificial, que se levantaría a lo largo del malecón, frente a la ciudad colonial y la remodelación y rehabilitación del puerto de Sans Soucí, un acariciado proyecto que recuerda el presentado hace algunos años por el “Desarrollador”.

Luego de las palabras preliminares del presidente de la Academia, doctor Nelson Moreno Cevallos, y la presentación de los panelistas invitados presentes, el doctor Abelardo Jiménez, miembro de la Academia, con voz pausada dio lectura a la información que se tiene acerca de las bondades de ambos proyectos, particularmente de la isla artificial, suministrada por los proyectistas y promotores de este magno proyecto, cuya ausencia, sin excusa o razones atendibles, evidenciaba una actitud que sería calificada de irresponsable, irrespetuosa y prepotente.

Llama la atención que en la reseña de sendos proyectos, especialmente el de la isla, se destaque una larga lista de enormes ventajas y beneficios y ni una sola dificultad o inconveniente. Un verdadero y maravilloso paraíso terrenal para incautos, que sería desmontado por las acertadas y oportunas observaciones de los panelistas invitados, los académicos Amparo Chantada, Bárbara Suncar, Omar Rancier, que resaltaron graves aspectos ambientalistas, biológicos, geológicos y patrimonialistas, de carácter proteccionista, no tenidos en cuenta por los vendedores de ilusiones así como por las valiosas aportaciones de numerosos participantes que alertaron, en cada intervención, el peligro de esta temeraria aventura y el sentir dominicanista opuesto a la enajenación de nuestro territorio y depredación de patrimonio y riqueza cultural, en favor de un espejismo que solo refleja especulación y mal gusto.

La histórica ciudad colonial será el patio de atrás de la nueva isla que alojará, con sello de exclusividad, a quien pueda pagar sus excentricidades y lujos vedados a las grandes mayorías nacionales que verán desde afuera y a distancia como se pierde su soberanía y del malecón su encanto natural.

Los prohijadores de estos magnos proyectos no le darán mente a estos inconvenientes. Su visión postiza no se lo permite. Seguirán con sus proyectos. La consigna “Eh pa lante que vamos”, parece impermeabilizar su sensibilidad y no advertir la profundidad del abismo que se abre frente a sus pies. Detenerlos, apropiándonos de todos los medios legítimos e institucionales que la Constitución y las leyes disponen a favor de la defensa de los derechos ciudadanos y de la integridad de nuestro territorio y su soberanía, debe ser una obligación moral y patriótica.

Una vez iniciado, el daño será irreversible y solo la naturaleza podrá detenerlo rescatando lo que se le ha quitado con un daño mayor.

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