La Isla Catalina, ¿pública o privada, nacional o extranjera?

<p>La Isla Catalina, ¿pública o privada, nacional o extranjera?</p>

JESÚS FERIS IGLESIAS
Este artículo está dedicado a todos y todas las lectoras de este prestigioso periódico Hoy y muy especialmente a los Secretarios de Estado de Turismo y Medio Ambiente de los cuales quisiéramos una explicación pública sobre esta anormal situación. De unas cuantas islas e islotes con que cuenta la República Dominicana, la isla Catalina es la más visitada por nacionales y extranjeros debido a su localización en el sureste del país y de fácil acceso por su cercanía a La Romana, San Pedro de Macorís y la ciudad Capital entre otras ciudades y centros turísticos de importancia.

Ubicada exactamente frente a la provincia de La Romana y más específicamente entre la ciudad de La Romana propiamente dicha y la playa pública de la misma, llamada Caletón.

Está catalogada como Parque Nacional, con una superficie de alrededor de 15 kilómetros cuadrados, y de forma triangular. El lado oeste de la misma, es donde las playas de arena blanca son las más protegidas por las brisas y las corrientes marinas. Este lado ofrece además, la mayor protección a las embarcaciones para anclar frente a ellas.

El pasado domingo del presente mes de noviembre, donde las aguas del mar Caribe se convierten en un remanso de paz debido a que comienza a soplar la brisa que los dominicanos llamamos de navidad, que no es mas que el cambio de temperatura ambiental propio de esta fecha y donde la brisa del norte o terral se mantiene durante el día, haciendo así más placentera la navegación, nos dirigimos desde la Marina de Chavón a la isla Catalina.

Desde que salimos de la Marina, divisamos un buque turístico anclado en la isla y uno de los tripulantes comentó: Dios quiera que nos dejen anclar a pasarnos el día en Catalina. Cuando preguntamos el porqué, a seguidas contestó que por disposición de los que regentean la playa, no permiten que embarcaciones de recreo alguna puedan anclarse mientras un barco turístico esté anclado en la referida isla.

Continuamos la ruta en una mañana maravillosa, donde el sol iluminaba con sus rayos candentes en un cielo azulado con apenas algunas nubecillas a lo lejos, el mar tranquilo con un azul marino transparente y la brisa del terral que invitaba a la navegación costera en una embarcación a vela como en efecto navegábamos.

Llegamos como de costumbre y nos anclamos a unos cuatrocientos metros alejados de la playa y como a unos doscientos de la costa al suroeste de la misma. La razón de anclarnos tan alejados de la costa es obvio ya que ninguna embarcación de recreo medianamente grande y por demás velero, que calan alrededor de seis pies, puede correr el riesgo de encallarse ni de obstruir las embarcaciones menores que van y vienen a la playa.

No habían pasado treinta minutos después de haber anclado cuando se nos acercó la embarcación Star Fish y un empleado de Casa de Campo o al menos la camiseta que llevaba puesta así decía, nos señalaba que teníamos que abandonar el área por que estaba prohibido anclar en la Catalina.

De inmediato comencé a sentir una sensación de incredulidad a lo que estaba escuchando; de impotencia e ira mezclada con la rebeldía propia de un ciudadano que cree en su patria y que no podía aceptar lo que le estaban diciendo. De inmediato les respondimos que no conocíamos ninguna Ley de nuestro país que nos impidiera estar donde estábamos y que por lo tanto no perdieran su tiempo que no nos moveríamos por nada ni nadie.

Vimos como la embarcación se movía hacia otras embarcaciones de recreo con la misma propuesta y lo más confortable para nosotros fue observar la misma reacción de los capitanes de esas embarcaciones al igual que nosotros, de no movernos de nuestros lugares escogidos, todos muy alejados de la playa.

Media hora más tarde se nos acercó en esta ocasión una yola en la que iban dos miembros de la Marina de Guerra con asiento en la Catalina y dos empleados con las mismas camisetas que el empleado anterior. Esta vez el oficial de la Marina tomó la palabra y en esa ocasión les advertímos que estábamos filmando la conversación. A pesar de haber cambiado el lenguaje, y esta vez nos decían que era por el bien nuestro para evitar algún peligro que no supieron explicar, volvimos a decirles que no nos íbamos y que no conocíamos ninguna Ley que prohibiera anclar en la Catalina. Muy por el contrario, lo que necesitaba el país era igualarse a las demás islas del Caribe en el incentivo del turismo de embarcaciones de recreo.

Finalmente pasamos un día muy agradable no sin tener el sinsabor de habernos molestados por una disposición absurda que no sabemos de quién emana.

Recuerdo cuando el Profesor Juan Bosch en una ocasión en que se intentó arrendar la isla Saona se opuso enérgicamente alegando que por un descuido histórico, España perdió la parte occidental de la isla, al abandonarla para evitar el contrabando, dando origen a lo que hoy es Haití.

Ojalá alguna autoridad explique lo que sucede con la Isla Catalina.

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