La isla de la Tortuga

La isla de la Tortuga

Los Tres Mosqueteros, en la novela famosa de Alejandro Dumas, temían las argucias y las inteligencias maquinaciones del Cardenal y Ministro de Luis XIII de Francia Armando Juan du Plessis, mejor conocido por Richelieu. Les sobraba razón para cuidarse del sagaz personaje, quien estaba amparado por la Iglesia Católica, y por su voluntad decisiva, decidía el destino de su país.

Richelieu, cuidando su política exterior favoreció a mercenarios y corsarios, para asentar sus reales en la isla de La Tortuga, punto intermedio en El Caribe, cerca de las costas de La Española fácil para piratear desde allí. De este modo, desvertebraba el poderío español en el Nuevo Mundo.

Cortar las comunicaciones del imperio hispano asaltando sus naves en franca y feroz piratería fue uno de los más rutilantes empeños de Richelieu.

El cardenal francés en contubernio con la reina Isabel de Inglaterra y los gobernantes holandeses de la época, no quiso enfrentar a España decididamente en el continente europeo, sino en los mares donde el imperio tenía sus debilidades porque «está hecho de piezas dispersas, alejadas las unas de las otras y entre las cuales no existe otro contacto que el mar».

El más fuerte baluarte para esos propósitos lo constituía la isla de La Tortuga.

El cardenal Richelieu tomó importantes determinaciones en la zona del Caribe porque en 1626 fue designado Jefe de La Navegación y Comercio de Francia, Contribuyó a colonizar la isla de San Cristóbal. Desde allí los franceses atacaron la isla de La Tortuga y se adueñaron totalmente de ella en agosto de 1640.

La isla de La Tortuga cumplió en el pasado una misión histórica de gran significación al interrumpir a los habitantes los comunicaciones del imperio español con sus colonias del Nuevo Mundo.

Los grandes talentos políticos enemigos de España, consideraron que «no hay imperio sin un dominio de la mar». Por eso tomaron como bastión efectivo la isla de La Tortuga.

Los que más batallaron en el mar contra los españoles fueron, principalmente, los holandeses aliados con Richelieu. También se mostró muy agresiva en sus acosos de piratería, Inglaterra, Sir Walter Raleigh, poeta y amante de la reina Isabel, pero pirata también: Sir Francis Drake, señor de horca y cuchillo quien arrasó por estas islas con su poderío destructor; el Almirante Guillermo Penn y el general Robert Venables, amparados por la reina hicieron lo que quisieron por estos meridianos. Los habitantes de Santo Domingo sufrieron en carne propia sus depredaciones sin límites.

En esa época, año de 1655, Santo Domingo constituía el puerto principal y más sensible para la intercomunicación con las demás posesiones españolas instaladas en el continente.

Pero lo de Penn y Venables fue fugaz. Lo de Drake también lo había sido. Lo de los filibusteros de La Tortuga fue permanente excepto los cortos períodos de dominio español – por años cuajados de zozobra y de lastimosa angustia.

El alimento fluía a La Tortuga de la parte norte de la isla La Española, donde filibusteros convertidos en bucaneros criaban ganado y preparaban las carnes «al bucán».

La isla de La Tortuga fue pues una isla de extenso historial donde después de las correrías de los piratas por el Mar Caribe celebraban sus triunfos y numerosas aventuras en juergas interminables. Los aventureros convertidos en filibusteros y corsarios daban rienda suelta a sus temperamentos en explosivas fiestas gastando a manos rotas lo que habían adquirido en sus asaltos en la mar.

Alexandre-Olivier Oexmelin nos da una amplia visión de lo que fue La Tortuga en el pasado en su «historia de los Aventureros y Filibusteros y Bucaneros de América». Relata con plasticidad asombrosa la vida del Olonés, pirata del que tanto leímos en las aventuras de los libros de Salgari. Oexmelin nos dice de este despiadado pirata que les arrancaba el corazón a los prisioneros y lo mordía como un lobo carnicero. Y también, con más amplitud y método Manuel Arturo Peña Batlle, en su obra «La isla de La Tortuga» profundiza el problema que constituyó para España el asentamiento de filisbusteros en esa isla.

Con el tiempo, la isla de La Tortuga, muchos de sus habitantes franceses se trasladaron a la costa norte de la isla La Española y penetraron en su territorio Oeste ya con carácter determinativo logrando establecer una colonia de tal suerte que firmado el Tratado de Ryswick en 1697 en el castillo del mismo nombre por el rey Luis XIV de Francia y los miembros de la Liga de Augsburgo a la cual pertenecía España, se estableció que las posesiones españolas y las francesas en la isla de Santo Domingo permanecieran en el estado en que se encontraban. En el pueblo de San Miguel de la Atalaya, fue convenido entre el gobernador de Santo Domingo y el de la colonia francesa el trazado de la línea fronteriza entre las dos posesiones.

El Tratado de Aranjuez firmado el 3 de junio de 1777, ratificó el convenio de San Miguel de la Atalaya. Se estableció una línea de demarcación que empezaba en la desembocadura del río Masacre en el Norte y finalizaba en la desembocadura del río Pedernales en el Sur.

Más tarde, el 22 de julio de 1795 se firmó el Tratado de Basilea donde se entregaba a Francia la parte oriental de la isla de Santo Domingo.

En la entrega próxima: como surgió Haití de este núcleo francés.

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