La isla del contrabando

La isla del contrabando

En la primera década del siglo XXI, la isla de Santo Domingo continúa en su misma trayectoria que se estableció durante el siglo XVI cuando la abúlica colonia española se vía alterada con la intromisión de migraciones europeas, que bajo la figura de filibusteros y bucaneros ocuparon pacíficamente la desguarnecida costa del noroeste de la isla.

Décadas más tarde la presencia de Francia en la parte occidental de la isla adquirió su estatus legal cuando a finales del siglo XVII y mediante el tratado de Ryswick, España reconoció como una realidad esa ocupación que años más tarde se convertiría en la colonia más próspera de los franceses en el Nuevo Mundo.

Lo ocurrido, desde que se oficializó la ocupación occidental, perdura como un residuo atávico en la memoria de los dominicanos que tienen en los vecinos occidentales una fuente de preocupación y sujeta a las veleidades del destino de lo que pudiera ocurrir en el devenir histórico.

Cumpliéndose la primera década del siglo XXI, los habitantes de la isla se desenvuelven en un extraño movimiento de aflojar y apretar, con más temores e irresoluciones de los dominicanos, que enfrentan a una agresiva, hábil y capaz diplomacia haitiana acomodando sus acciones para hacer ver a los dominicanos como los malos de la película y atraerse las simpatías y apoyos de sus padrinos más dinámicos como Estados Unidos, Francia y Canadá.

Pero en ese aflojar y apretar de las relaciones isleñas, nos topamos que la preeminencia del contrabando es parte fundamental de la dinámica de esas relaciones. De un lado, la imparable migración haitiana, que como si fuera objetos de contrabando, son traídos miles de seres humanos que encuentran en la parte oriental de la isla su sustento para sobrevivir.

En el otro lado de ese contrabando humano y de mercancías, permitido y asimilado por las autoridades de los dos países en que un comercio de cerca $900 millones de dólares anuales, asegura la atracción de un intercambio que tan solo los haitianos amenazan con sanciones cuando creen que los dominicanos desempolvarán la mano dura de Trujillo para reglamentar el trasiego humano.

De ahí no es de extrañar que una buena parte del comercio de mercancías sea informal y amenazado siempre por las autoridades haitianas de prohibirlo como si se tratara de un contrabando.

Y esas denuncias y prohibiciones haitianas, para que los huevos y pollos no lleguen Puerto Príncipe, estallan cuando se avecina un encuentro del más alto nivel entre las autoridades de los dos países. Es segura que esas incomodidades y malos entendimientos en la migración y en el comercio abarcarían algunos de los puntos de la agenda de los dos presidentes en su futura reunión.

Ya era tiempo que las autoridades de los dos países decidieran enfrentarse cara a cara. Este encuentro y el desempolve de la Comisión Bilateral podría darle otro aspecto a las conversaciones, siempre y cuando la diplomacia dominicana sea capaz y bien preparada para enfrentar a la escuela diplomática haitiana. Pese a provenir de un país pobre y desorganizado, posee herramientas y capacidades mucho más sólidas a las que los dominicanos poseen, cuando tienen un sector diplomático gangrenado por las improvisaciones y las ambiciones.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas