La isla del tesoro

La isla del tesoro

R. A. Font Bernard
Se me ocurre creer, y desde luego es solo una creencia, que los promotores nacionales y extranjeros del proyecto de isla artificial, que modificaría el litoral sur de la Ciudad Colonial, no han leído la novela titulada «La isla del Tesoro», del narrador inglés del siglo XVIII, Louis Stevenson, calificada como uno de los clásicos de la literatura sajona.

Es la historia de un mapa, dejado abandonado por un viejo marino, fallecido en un albergue para ancianos. El mapa señalaba el lugar donde el marino había enterrado un tesoro, en una pequeña isla del mar Caribe. El tesoro fue localizado por un grupo de aventureros, quienes tras disputar entre sí por la posesión del mismo, decidieron retornar a Inglaterra, para que fuese un Tribunal, el que decidiese el reparto del botín. Pero la embarcación en la que viajaban, curiosamente llamada «La Hispaniola», naufragó azotada por un huracán tropical, pereciendo en el desastre todos los viajeros.

Es una narración que podría ser aleccionadora, para los prohijadores del desventurado proyecto de la isla artificial. Un proyecto ya enviado al Poder Legislativo, posible de ser aprobado «de urgencia y en dos lecturas consecutivas», de acuerdo con antecedentes muy conocidos, en los que participaron poderes invisibles, portadores de llaves maestras, adaptadas para abrir todas las puertas, y hasta las cajas de seguridad.

Sin embargo, en un ejercicio de «cerebración inconsciente», como lo escribiese el poeta Rubén Darío, se me ocurre formular algunas preguntas, sustentadas en experiencias del pasado. ¿Quiénes son los integrantes —nacionales y extranjeros— de la empresa promotora de la mentada isla «Novo Mundo XXI», que por cierto no figuran en la muy publicitada «aclaración», publicada en los principales periódicos nacionales? ¿Es una empresa registrada de acuerdo con las leyes de la República? ¿Se han depositado previamente, en un banco comercial radicado en el país, los recursos económicos necesarios para el eventual inicio de los trabajos de construcción? ¿Cuál es el real propósito, que motiva a los desinteresados inversionistas extranjeros, para incursionar en la aventura del «Novo Mundo XXI»?

A mi, cristiano viejo, se me ocurre recurrir a nuestro pasado histórico, advirtiendo una posible similitud entre el mencionado proyecto turístico, y el contrato Hartmont del 1866, suscrito por el Presidente Buenaventura Báez. De ese contrato solo se recibieron treinta y seis mil libras esterlinas, de las seiscientas mil originalmente negociadas, Las demás, colocadas en bonos en el mercado financiero de Londres, aún las estamos esperando, no obstante los más de ciento cuarenta años ya transcurridos.

Tal vez, los empresarios extranjeros, y sus asociados criollos, vieron en un viejo mapa del siglo XVI el trazado de una isla llamada por Cristóbal Colón «La Hispaniola», y han caído en el error de creer, que la República Dominicana del presente, es «La Hispaniola», poblada por los indígenas, engañados con el regalo de cintas de colores y espejitos.

Tratándose como se trata, de un estado calificado recientemente como fallido, o sea, que no existe, extraña que inversionistas extranjeros se arriesgan a la aventura del «Novo Mundo XXI», y no en proyectos turísticos en las islas Canarias o en las Baleares, en las que sus capitales estarían garantizados por el Estado español.

Conforme lo recuerdo, alguna vez a la gobernabilidad del país, en un artículo publicado en el periódico HOY. En el expuse, que el que manda, y ordena desde la cima del poder, es el gran solitario dentro del entramado gubernamental. Y que como tal, está permanente expuesto a decidir, bajo las presiones de los intereses creados. Por eso el que manda y ordena, se expone a ser destruido, por las brujas que atormentaron al Macbeth de Shakespeare.

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