No es exagerado afirmar que nuestra izquierda vivía alucinando. Sus discursos, expresiones de pasillos, artículos de opinión y eso que llamaban tácticas políticas eran más trozos de literatura apocalíptica que programas de acción fundamentados en estudios serios de la realidad.
Como ya se ha dicho mil veces, ajusticiado Trujillo prendió en ciertos núcleos juveniles, aun en aquellos pequeños burgueses afiliados al Movimiento Revolucionario 14 de Junio, el sueño de reeditar en las montañas quisqueyanas la heroicidad de Sierra Maestra.
Se veían bajando en tropeles a tomar la Capital como Fidel Castro y sus tropas guerrilleras tomaron La Habana, en Cuba. El sueño preñado de heroicidad llevó a Manolo Tavares y sus discípulos a las montañas.
En abril de 1965 también se pensó en la hora de redención. Nadie razonó el Imperio ni en la Guerra Fría.
Posteriormente, esa izquierda perdió la “guerra callejera” contra Balaguer, pero seguía alucinada y soñando, creída siempre que la revolución estaba a la vuelta de la esquina.
Veáse la literatura política de la época, me refiero a la literatura de los partidos, grupos y movimientos de la izquierda marxista. Todas giran en torno a una epifanía temprana, con elucubraciones sobre la realidad con matices religiosos. No había un análisis riguroso del entorno y las interpretaciones de las fuerzas sociales no se extraían sino que se imponían para que dijeran lo que se quería.