(1 de 2)
LUIS O. BREA FRANCO
El tercer manifiesto clandestino apareció, en Rusia, en mayo de 1861; circuló firmado por una sociedad revolucionaria que se autodenominaba La joven Rusia.
Este nombre evidenciaba el interés de relacionarse con las ideas del patriota y filósofo italiano Giuseppe Mazzini, quien con miras a realizar la reunificación de Italia había creado en 1831, una sociedad revolucionaria, republicana y democrática: La joven Italia, que tuvo gran influencia en la formación de una conciencia nacional entre sus compatriotas, aunque la reunificación de Italia, que se alcanzaría por esos años, se realizaría sobre bases muy distintas a las soñadas por el político italiano.
Como ya señalé en un ensayo anterior, esta tercera proclama fue la más virulenta y agresiva de todas las que aparecieron en ese período. Esto produjo una sensación de pánico y desazón entre los sectores más retrógrados de la sociedad rusa, que combinado con el anonimato que mantuvieron sus autores -pues la policía no pudo descubrirlos- creó en San Petersburgo una situación de crispación colectiva cercana a la histeria.
A través de memorias y cartas se ha podido identificar el autor del documento. Lo fue un aguerrido estudiante de 19 años, convencido revolucionario, que en múltiples ocasiones en su vida mostró firmeza de carácter, una poderosa voluntad y gran talento para la agitación y la organización de grupos clandestinos, por lo que destacó entre sus contemporáneos. Su nombre era P. G. Zaichnevsky, y aunque parezca increíble la osadía, escribió el manifiesto en una mazmorra de Moscú, cuando estaba a la espera de juicio acusado de ser un predicador y difusor de literatura e ideas contrarias al orden social.
Zaichnevsky comenzó a actuar en el ámbito de los grupos universitarios radicales cuando era estudiante de la universidad de Moscú. Logró poner en operación una imprenta clandestina, que designó como la primera tipografía rusa libre y se dedicó a editar y a distribuir, con gran éxito, escritos de Herzen y de los grandes pensadores socialistas franceses. Pero en determinado momento se convenció que debía pasar a otra etapa en su tarea revolucionaria y decidió dedicarse a concienciar directamente a los campesinos de su comarca natal, en la provincia de Oriel.
El núcleo de su pregonar consistía en resaltar la superioridad del principio comunitario y de la comuna campesina frente al individualismo y a la propiedad privada. En el trato con los campesinos se persuadió que predicar abiertamente el principio socialista constituía el primer deber de quien creía en ese ideal.
Empero, poco tiempo después, se convenció de que la única salida honesta para un auténtico socialista era pasar de la fase de la admisión pública de sus ideas, a la acción con miras a transformar la realidad. Consideraba, además, que las únicas personas capaces de ponerse a la cabeza del movimiento que buscaba redimir el campesinado ruso eran las clases cultas, los intelectuales, que ya en Alemania eran considerados como los proletarios naturales, en cuanto eran personas con gran sensibilidad, que percibían inmediatamente la opresión y la injusticia del orden social vigente, y dentro de ese estamento, resaltaba el papel protagónico que debían asumir los jóvenes.
Zaichnevsky estimaba, por esas razones, que la intelligentsia debía redactar el programa del movimiento socialista y lanzar el partido social. En tal documento, estimaba, se debía hablar con suma claridad y concisión sobre lo que significaba realmente la figura del zar, sobre el valor que debía tener la tierra para el pueblo y cuáles eran sus notas de identidad.
En un régimen de fuerza como era el gobierno del zar Alejandro II, y conociendo las ideas y la desenvoltura conspirativa del joven revolucionario, las cosas no podían irle bien a Zaichnevsky. El zar Alejandro II de su puño y letra, escribió: El con tenido de este escrito es criminal y peligroso por lo que ordeno detener a este sujeto y exijo que me remitan todos los documentos.