La justicia

<P>La justicia</P>

Cuesta mucho trabajo entender y  aceptar como bueno y válido que una nación con una pujante economía, poseedora de las más sofisticadas herramientas tecnológicas del siglo XXI, se encuentre asediada por cacos que asaltan y matan para robar un celular, una prenda o una cartera a algún desprevenido transeúnte.   Hablamos de seguridad ciudadana;  sin embargo, nada hay más peligroso que salir a pie con algún objeto de valor por cualquier calle de la ciudad. 

A la hermosa Themis  griega los poderosos de siempre le han colocado  una venda semitransparente que la mantiene con una ceguera temporera y acomodaticia, sosteniendo una balanza amañada, la cual, como marioneta,  siempre se inclina hacia el lado que la mueva el titiritero. 

Es gracias a la ausencia de una justicia oportuna, eficaz  y verdadera  que los encargados del orden público encuentran más práctico y efectivo manejar a los delincuentes citadinos por medio de balas, perdigones y balines. Dios los cría y el demonio los mata. Ese pudiera ser el argumento metafísico a utilizar para darle una mejor explicación al fenómeno social y biológico en el que niños hambrientos cargados de miseria y de ignorancia sobreviven a las continuas inclemencias de las enfermedades y los vicios. Paradójicamente, estos una vez convertidos en  adolescentes, suelen caer abatidos por los proyectiles de los uniformados,  y, más recientemente,  víctimas de las pedradas, palos, cuchillos y machetes de enardecidas turbas callejeras que ajustician a su modo.

Narro el caso de un jovenzuelo  perseguido por moradores del poblado de Haina, quienes  constituidos en hordas sedientas de sangre asestaron una paliza mortal al infeliz. El fallecido presentaba trauma severo en la espalda y en el pecho con fuertes contusiones en  pulmones y corazón. En la cabeza recibió fracturas del hueso temporal  derecho con  graves lesiones  cerebrales que pusieron fin a la vida del muchacho.  Los azotes corporales, las llagas de los clavos y la corona de espinas del Cristo redentor representan lesiones mínimas en comparación con los golpes que tenía el joven descrito. El moribundo fue llevado al hospital municipal de Barsequillo, en cuyo ambiente más calmado exhaló su  último suspiro.  Satisfecha quedó la muchedumbre cual manada de lobos cuando lamen las postreras gotas de sangre de su presa. El robo de poca monta cometido había tenido su más severo castigo. Sordos, ciegos, paralíticos e indiferentes estuvieron los  civilizados guardianes de la paz y del orden.  Se había aniquilado un delincuente venido del infierno, a quien Lucifer recogía para llevarlo de nuevo a su redil. Varios días después de realizada la autopsia al cadáver del occiso la familia todavía hacía  ingentes esfuerzos para reunir los recursos necesarios para darle una cristiana sepultura a los restos del  descarrilado mozalbete.

Mientras tanto, a unos cuantos kilómetros del sitio en donde se perpetró este barbárico y salvaje hecho sin que las autoridades lo notaran,  multimillonarios ladrones de cuello blanco descansan en las seguras y modernas celdas de Najayo. A estos sí se les brinda protección y vigilancia las 24 horas del día, todo ello bajo  el más absoluto respeto a  los derechos  humanos.

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