La lección perdida

La lección perdida

MARIÉN ARISTY CAPITÁN
A una semana y media de las elecciones, tras un conteo lento y lleno de desaciertos, es mucho lo que tenemos que lamentar. Para comenzar, por aquello de que la vida está primero, deprime comprobar una vez más que aún no hemos crecido y que todavía no hemos superado la vieja costumbre de matarnos unos a otros cada vez que pasamos por las urnas.

Pero lo más lamentable es que todo esto surge a causa de las denuncias, los líos y los escamoteos que se sucedieron cuando comenzaron a conocerse los resultados. Es que, escudados tras el eterno fantasma del fraude, quienes se sabían en desventaja querían levantar la sombra de la duda.

Eso en este país es más que legítimo. Lo que no es lógico es que se haga cuando el partido oficial gana las elecciones a pesar de que el control de la Junta Central Electoral (JCE) está en manos de la oposición.

En tiempos pasados la manipulación de votos y actas era parte de nuestra cotidianidad. Pero entonces la Junta estaba en manos del gobierno del eterno presidente Joaquín Balaguer, quien solía arreglárselas para quedarse en el poder.

Ahora las cosas han cambiado. No es el fraude ni la Junta; no es la política ni la demagogia; es el recuerdo el único culpable de que el Congreso Nacional vuelva a estar tan desequilibrado como lo estuvo antes: a merced de la voluntad de un solo partido político.

Cuando hablamos del recuerdo tenemos que remontarnos a la agonía que vivimos durante los cuatros años que gobernó Hipólito Mejía, quien nos mantenía esperando siempre algo peor. Gracias a él, y a los dirigentes que le acompañaron en el tan famoso PPH, el Partido de la Liberación Dominicana se ha consolidado como la primera fuerza política del país.

Escuchar esto es bastante paradójico si nos remontamos a los años 90 cuando el Partido Reformista Social Cristiano (PRSC), ya en vía de extinción, estaba en la cima del poder; y cuando el hoy fragmentado Partido Revolucionario Dominicano (PRD) era la segunda fuerza política y, por tanto, lideraba la oposición.

Ambos partidos decidieron unirse para derrotar al PLD. Lo que no esperaron era que, tras arrebatarle a muchos compañeros sus candidaturas y la oportunidad de conquistar una cuota de poder, esa alianza significaría el inicio de su derrota. ¿Pensaban ellos, de forma ilusa, que los despojados no les pasarían factura y que olvidarían su enojo al estar frente a las urnas? Evidentemente eso no sucedió. Aunque siempre he creído que un Congreso unitario es peligroso porque obedece ciegamente a su partido -ya tuvimos la oportunidad de verlo los últimos cuatro años, cuando se pensó en cualquier cosa menos en lo que realmente interesaba a la Nación-, en esta ocasión creo que le estamos dando al PLD una oportunidad de oro: la de hacer lo mejor por nuestro país.

Nuestro presidente Leonel Fernández, cuya indiscutible popularidad propició la victoria, se quejaba amargamente de que no podía hacer nada con un Congreso completamente en contra. Ahora, con él a favor, tiene todas las cartas sobre su mesa y esperamos que sepa utilizarlas.

Es indiscutible que la gente está conforme con él. Por eso le respaldó y decidió darle la espalda a los desgastados dirigentes de una oposición que debe pensar en renovarse completamente. En nombre de ese respaldo, el Congreso Nacional tiene que empezar a legislar para nosotros. De no hacerlo, y olvidar el mensaje que el pueblo ha querido darle a los legisladores que no pudieron reelegirse esta vez, se perderán muchas cosas. Entre ellas, una importante lección y la reelección del presidente Fernández.

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