La letra y la música

 La letra y la música

 FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Ladislao, ayer vino a verme el atrevido de Pimpollo. Dice que ha llegado un hombre de Bayamo que quiere conocerte antes de regresar a su pueblo. Está en La Habana y parece que forma parte de una comisión que envía material histórico o folclórico a la Unidad de Investigación. Le expliqué a Pimpollo que esas cosas debe tratarlas contigo únicamente; hasta insinué que fuera a verte a la oficina si quería discutir las condiciones para el viaje a la otra punta de la isla. Lidia tenía los ojos sombreados, el pelo lustroso y alisado, la boca húmeda, un traje ajustado a las caderas. Completaba su atuendo una blusa blanca de tela ligera, con dos botones desabrochados. Caminaba con rapidez de la cocina a la mecedora y de la mecedora a la cocina. Decía que debía vigilar el almíbar de un dulce de cerezas. Ladislao seguía con la vista los movimientos de Lidia. Se había puesto unas botas de montero y su camisa de miliciano. Finalmente Lidia se sentó en una silla delante de Ladislao, cruzó sus hermosas piernas y preguntó: ¿Te ha ido a ver Pimpollo?

– No he visto a ese chofer extravagante; pero he recibido en la oficina al señor Dihigo, de Bayamo, que me ha ofrecido su ayuda para entrevistar gentes que conozcan las tradiciones, la historia de Cuba, los mitos y leyendas. Era un tipo con bigote y sombrero, con aspecto de maestro rural, con maneras muy amables; sentí que retrocedía en el tiempo hasta los años veinte. Parece una buena persona. Él supo de mí por conducto del archivero Medialibra, pero es obvio que también conoce a Pimpollo, pues viaja en su automóvil de Bayamo a Camagüey y de Camagüey a La Habana. El chofer, probablemente, quiera saber si el viaje a la Sierra Maestra ha sido cancelado o aplazado sin fecha. Aquí todos quieren saber algo que no les concierne directamente. Este Pimpollo, viejo y feo, por lo menos, desea ganarse el alquiler del vehículo y su manutención por unos cuantos días.

– Medialibra dice que las comisiones de Bayamo y de Santiago consideran que sus respectivas ciudades son ombligos del mundo, centros de gravedad de la historia de Cuba, de la historia reciente, de la remota y de la actual. Todo comienza allá, termina allá o vuelve allá. ¿Por qué los cubanos son tan expresivos, tan exagerados y autosuficientes? Los oigo hablar enfáticamente de asuntos que no conocen bien. Parecen actores que improvisan papeles para montar entremeses. Pero no se trata de funciones teatrales, de espectáculos fingidos. Consideran la propia vida, al parecer, como un fingimiento, una farsa, una puesta en escena. La existencia es para ellos una comedia. Engañar a los demás es un objetivo fundamental; el uno quiere aparentar erudición, el otro pretende hacer creer que está en conexión con altas esferas del gobierno, aquel otro actúa de modo tal que veamos que procede de una familia patricia. Muchos manifiestan, en materia de ideología política, ser más radicales que Lenin; pero la verdad no es esa. ¿Por qué es necesario falsificarse de esa manera? Los dirigentes de los negociados caminan artificiosamente, hablan en forma afectada. Los funcionarios de migración actúan con estudiada lentitud; te dejan pasar como si fuesen puentes levadizos antiguos, movidos por cremalleras y palancas. A veces pienso que mis compañeros espían por costumbre o por previsión política.

– La vida social es el reino de la insinceridad; la competencia económica, el temor a los poderosos, obliga al disimulo; pero la vida personal reclama consumir diariamente una dosis grande de verdad. El equilibrio de la persona exige la asunción de la verdad. Engañar y engañarse continuamente conduce a la enfermedad psíquica, a un trastorno de la identidad. Cada vez que reflexiono sobre este punto abandono provisionalmente mis trabajos ordinarios. Me pregunto cuál es el cimiento de la vida colectiva en las Antillas, qué puntos de apoyo sostienen el tinglado político y económico de estas islas, francesas, españolas, inglesas. ¿Cuál es el suelo cultural en el que se desplazan los cubanos?

– Lidia miró a Ladislao con cara de sorpresa. – ¿Qué té pasa?

¿Estas triste? ¿Echas de menos a las gentes de tu país? ¿No te sientes bien en mi compañía? Creí que habías recuperado la alegría, la curiosidad, el gusto por la diversión. Me dijiste que el placer y el deber son dos polos de un columpio en el que todos nos balanceamos. Cuando lo dijiste recordé un viejo bolero de los tiempos de mi madre. Me sentí feliz al pensar que yo entraba en una de las fases de tu columpio personal. Te he invitado a bailar el danzón; te dije que podíamos salir a escuchar una sonora de las buenas, con todos los instrumentos. Hubo un día en que dormiste en el parque como un pordiosero. Te deprimes a causa de tonterías. Mírame; me he vestido y arreglado para ti; pero me has hablado de los bayameses, de Pimpollo y del señor Medialibra, sin notar el peinado nuevo de Lidia Portuondo, mujer entera de arriba abajo.

Espanta de tu cabeza los pensamientos sombríos, Ladislao. Eres a la vez inteligente y tonto; no entiendes a los cubanos porque no escuchas su música; pones atención a la letra, a lo que dicen y pregonan; no a lo que hacen y sienten. Por favor, Ladislao, atiende la música de las personas; puedes oír la letra si te parece bien; sin embargo, la clave siempre está en percibir claramente el ritmo de la música. Tu bien sabes que las mujeres ven cosas que los hombres no pueden ver. Especialmente la música que va por dentro.

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