La leyenda de la Virgen de la Altagracia y el florido naranjo

La leyenda de la Virgen de la Altagracia y el florido naranjo

En torno al origen de la Virgen de la Altagracia, protectora del pueblo dominicano, se han tejido diferentes leyendas, todas con el mismo hilo conductor: el anciano misterioso que le entregó una imagen  al padre de una niña y que desapareció de la humilde vivienda  y reapareció en un florido naranjo.

Versiones de la tradición oral documentadas por refutados historiadores dominicanos así dan cuenta. La primera versión escrita que se conserva de “la leyenda de la Altagracia”, como se conoce, es de 1698, encontrada en los archivos del Museo Británico por Bernardo Vega y hecha pública por él en 1985.

Rafael Deligne, Juan Moscoso y monseñor Juan Félix Pepén, nativo de Higüey y su primer obispo, relatan otras versiones escritas, pero éstas son de principio del pasado siglo.

Monseñor Ramón Benito de la Rosa y Carpio, en el libro “Religiosidad popular dominicana”,  un regalo del Banco Popular a la bibliografía histórica del país, y en el cual es coautor, dice: “Como nativo de Higüey, recuerdo que detrás del templo hay un lugar donde siempre vi, desde pequeño, un naranjo. Cuando se secaba uno, se sembraba otro. Nadie sabe cuándo ni quién comenzó esta costumbre. Sólo se sabe que así se ha hecho siempre”, explica el religioso en su artículo “Origen de la imagen y la devoción altagraciana en la isla de Santo Domingo”, escrito en la citada publicación.

He aquí el relato popular -destaca De la Rosa y Carpio: “La imagen de la Altagracia le fue dada por un anciano, de manera casi milagrosa, a un padre para su hija, quien le había pedido que se la trajera de la capital. La imagen desapareció de la casa y apareció en un naranjo. La gente interpretó este acontecimiento como un deseo de la Virgen para que la colocara en la ermita parroquial que en ese entonces allí había,  y así se hizo”.

Continúa  relatando: “al ir aumentando el número de peregrinos visitantes, en 1572 se construyó un templo más grande  y luego la actual Basílica, inaugurada en 1971 y consagrada un año más tarde.

Afianzado en estos datos  y  embriagado en su fe altagraciana, De la Rosa y Carpio hace una lectura de  la leyenda: “Un anciano misterioso, que nadie supo de dónde vino y que se hizo invisible luego de su acción (es decir, Dios), regaló a un padre (es decir, al pueblo dominicano) la Virgen de la Altagracia, que este padre, a su vez, entregó a su hija (es decir, a sus descendientes). El regalo (la Virgen, madre de Dios) es un milagro: desapareció y apareció en un naranjo (es decir, Dios hace maravillas a través de él). Llevado de nuevo a la casa de la familia, no se queda allí, repite su presencia en el naranjo, es decir, la Altagracia no es de una sola familia, sino de todas”, puntualiza.

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