La liberación de los rehenes

La liberación de los rehenes

WILFREDO MORA
Unos de los fenómenos psicológicos más trascendentes de la violencia de la guerra en un «teatro de operaciones», como es la vida de guerrilla entre la FARC, los paramilitares y el Ejército colombiano, es el secuestro político. No es una violencia como en el cine, ni es como la violencia bélica, que amontona a prisioneros de guerra, tampoco es como la violencia contra el terrorismo, en la que un criminal o fanático que lleva a cabo actos muy dañinos; es así como lo describen muchos trabajos que hemos estudiados durante muchos años.

En el primero existe un pensamiento trágico, en las otras formas de violencia, domina un pensamiento «mágico», casi un capítulo para el estudio del derecho internacional.

Este secuestro se distingue del propiamente económico, que exige un rescate en dinero; en el secuestro político el eje motivador es la instrumentación política. Pero los titulares sobre grandes secuestros -un mercado del miedo en más de una forma-, tienen el poder de atraer a muchos lectores, cuando se produce la liberación. De ahí que en la estructura íntima de este análisis, podemos referirnos a dos aspectos esenciales, pero distintos de la liberación de los rehenes; uno que es visto desde el exterior: al público le cautiva este tipo de noticia, porque contiene sensaciones fuertes, hace temblar nuestra vida interna, los diarios no sobreviven sin ellas, les generan grandes finanzas. Y, en el sentido íntimo, psicológico, nos encontramos con una de las realidades más existenciales que pueda conocer ser humano alguno: el miedo cerval y terror de la muerte. Algo que sólo puede describir aquel ha sido rehén, quien da por un hecho que va a morir, y aunque no ocurre, el rehén nunca olvidará el cautiverio.

El secuestro político está formado de una violencia que no se ve, tiene un funcionamiento psicológico complejo, con efectos biológicos (trastornos de sueños, ansiedad generalizada y depresión), psicológicos y sociales reales, casi perennes; tal es caso de la auto-estima de un liberado tras largos años, que se acompaña de un sufrimiento oculto prolongado, también de la familia; varían en mucho, las normas de conducta de las relaciones sociales futuras. El sujeto suele tener ataque de agresividad, ser hostil, por veces. O no poder ocultar su miedo escénico, dificultad para conseguir esposo (a), o mantener una relación conyugal.

Los años de cautiverio son llevados a bordo en la más completa soledad existencial. La deprivación social es grande, no existen diferencias en el calendario, hay fuertes tensiones negativas, generadores de una angustia extrema, las precariedades de la selva son constantes los problemas somáticos evidentes.

No es como la nebulosa del terrorismo, en la que incluso, la víctima participa y existe. Siente que está en la situación política que se ha creado. Pero los rehenes políticos son tratados en el más cruento asilamiento, casi como un objeto. La eliminación física no cuenta en este tipo de situación creada por la política de la guerra; no es una violencia espectáculo, sino que está sumergida en el anonimato. Eso lo constatamos en el retraso de la entrega de las coordenadas para la entrega de los rehenes.

Pero el funcionamiento psicológico de este secuestro sigue siendo complejo: emociones derrumbadas, ataque de llanto, regresión como forma de racionalización ante la propia fuerza violenta que los sujeta. Solo imagínese el momento de la despedida, de la liberación, o el trance de darse de cuenta de que sólo esas dos mujeres están siendo liberadas. Todo esos momentos dramáticos que vimos a través del monitor, sobre todo la impotencia de las familias que esperaban pruebas de vida de sus familias secuestrados (los blancos son políticos y militares) fue muy desgarrador.

En las sociedades democráticas que todavía existen estas milicias organizadas, el uso de esta violencia como «auto-defensa», de venganza, o de control de grupos que acusan de incapacidad y de injusticia al Poder central hará falta un mecanismo para regular que esta crueldad no exista. Es una decisión también de las Naciones Unidas, que deberá aprovechar esta coyuntura.

La guerra no es absoluta, y creo que las democracias tiene que lograr regular estas diferencias, pues un Estado que permite el secuestro en esta dimensión, se encamina a un retroceso social muy peligroso, para el porvenir político y judicial de sus ciudadanos.

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