La liberación pendiente

La liberación pendiente

Un día como hoy nació la República Dominicana hace exactamente 161 años. El sueño de Juan Pablo Duarte de hacer independiente y soberana a la Nación comenzó a ser un hecho. La dignidad de un pueblo en el que sobresalía la capacidad de esfuerzo y lucha de un puñado de hombres y mujeres encontró su mejor cauce.

Desde la puerta de la Misericordia hasta la puerta Del Conde transcurrió la «primera estación»; el paso inicial de una epopeya que no ha terminado.

Ellos, los de entonces, trazaron el proyecto, convocaron al patrotismo del resto de los ciudadanos y dieron la batalla que les correspondía, con la vista puesta en la libertad absoluta del pueblo; con elevada conciencia de lo que deben ser la justicia y la igualdad ante la ley.

Convencidos, como lo expresa el ideal de Los Trinitarios, de que los seres humanos nacen con derechos inalienables, creados por Dios para alcanzar la felicidad, sin barreras ni tiranías. Sin el baldón de la esclavitud ni el del hambre.

Desde el comienzo mismo de este propósito independentista para dotarnos de un Estado separado de dominaciones extranjeras quedó claro que habría grandes cuotas de sacrificios que aportar, para el logro y permanencia de los ideales patrios.

Tras las duras jornadas para recuperar la soberanía perdida con la anexión – cumplidas con honor por los héroes de Capotillo —, el país tuvo que seguir después enfrentándose a sí mismo.

Malos dominicanos, que en el mismo comienzo de la vida republicana fusilaron a algunos de los mejores hijos de esta tierra, superaron en maldad a muchos de los peores enemigos que nos llegaron del exterior.

Y aunque en 1916 y 1965 la Patria fue mancillada por fuerzas imperiales y oprobiosas, esos negros capítulos no estarían cabalmente narrados si se omiten los actos vergonzosos de los muchos personajes nacionales que impulsaban o concretaban situaciones de crisis extrema o de disolución de las instituciones que nacieron en 1844 bajo la enseña tricolor.

Hoy, desgraciadamente, no estamos todavía a salvo del comportamiento malsano de un sector de nuestra propia colectividad, que no tiene que ser numéricamente importante para que logre lastrar y vulnerar la marcha de la República.

Hoy, por más que nos rebelemos y protestemos contra el menoscabo a la soberanía que representan las directrices impuestas por el Fondo Monetario Internacional no habría forma de esconder que los fraudes bancarios y las negativas medidas con que se pretendió buscarles solución fueron obras nativas y causa directa de un desastre económico mayor.

La corrupción y toda esa forma de hacer política y ejercer el poder con mezquindad, son también una obra local de vigencia casi permanente a través del tiempo; la de dominicanos que acentúan prácticas contrarias al ideal Duartiano, muchos de los cuales se ponen de pie, en reverente silencio, cuando suenan los acordes del Himno Nacional mientras sus conductas desdicen de esa respetuosidad.

Muchos hay que abominan de la injerencia extranjera, básicamente cuando no la necesitan, para seguir haciendo daño a sus conciudadanos.

Bien lo dijo el Padre de la Patria: mientras no sean escarmentados los malos dominicanos, los buenos dominicanos serán víctimas de sus maquinaciones.

¿Alguien tiene dudas de que ese escarmiento sigue siendo una materia pendiente?

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