La libertad de leer y escribir

La libertad de leer y escribir

Hay quienes leen por simple distracción y quienes leen por inmenso placer. Hay quienes leen por interés profesional y quienes lo hacen por aventura lúdica. Hay quienes leen por diletantismo y quienes leen para enriquecer su espíritu, que rebosa de sapiencia y humildad. Hay quienes leen con suspicacia y sospecha, más en procura de yerros del autor que de aciertos o hallazgos en la imaginación y el lenguaje. Todo eso está bien. Pero, hay quienes leen por una apasionante e irrefrenable necesidad vital y porque les mantiene en vilo el apetito de comentar, comparar o reflexionar en forma escrita acerca de esa última lectura. Esos son, para mí, los imprescindibles de la cultura, desde los orígenes de la escritura hasta hoy.

Con la publicación de la obra Soberanía de la pasión. Ensayos literarios (Editorial Santuario, Santo Domingo, RD, 2012), el polígrafo y gestor literario Basilio Belliard se ha ganado un lugar relevante en esa estirpe de los imprescindibles de la cultura, por su intenso y profundo interés en pensar acerca de lo que lee y, mediante la escritura ensayística, compartir esa experiencia individual con comunidades de cultivadores y amantes de la literatura, la filosofía y las artes de nuestro país y allende los mares.

El estilo es el hombre, nos enseñó Buffon. Belliard tiene un estilo con el que marca su forma de leer, de interpretar, de pensar lo leído y de escribir acerca de ello en diferentes direcciones y con un solo propósito: hacer de su experiencia como lector, traducida al texto crítico, un acto de comunión con su hipotético lector, con su alter ego; es decir, con cada uno de nosotros.

Ese estilo está caracterizado por un singular halo de autenticidad, de búsqueda propia, de intelección personal de lo leído que, eventualmente, se apoya en algunas fuentes y autoridades del saber, lejos, muy lejos de la doxa apodíctica, del método panteísta y sentencioso, del academicismo estéril o de la arrogancia narcisística, tan al uso en estos tiempos aciagos de falsos liderazgos y cultos fatuos a la personalidad.

Es un estilo que refleja el goce apasionado por la consagración de la libertad en la lectura y la escritura inventivas, que se desplaza por la página a lomos de una sintaxis clara, sin complicaciones ni ambages. El del ensayo es el modelo de escritura que alberga, con mayor acierto y redondo placer, la libertad de pensamiento y de sentimiento.

En Criticar al crítico (1961), T. S. Eliot establece cuatro categorías de críticos. Primero, el crítico profesional o Súper Reseñista, dado su trabajo oficial en revistas o periódicos. Segundo, el crítico de gusto, que queda exento de la condición de juez y funge, más bien, como abogado de los autores, especialmente, aquellos olvidados. Tercero, el académico y el teórico, que, según el autor de Tierra baldía (1922) y Cuatro cuartetos (1943), se solapan y, en ocasiones, son, además autores de escritura creativa; y cuarto, el crítico que es también poeta, y “cuya obra puede caracterizarse como un derivado de su actividad creativa” (Andreu Jaume, T.S. Eliot, La aventura sin fin, 2011). A esta última clasificación, creo yo, pertenece Basilio Belliard.

Belliard se nos presenta como un ensayista laico, sin mancuernas preceptivas o rígidos paradigmas conceptuales que puedan enclaustrar su sensibilidad o el discurrir de sus ideas. Basilio lee y escribe con laicidad. Porque, como afirmó acertadamente el destacado intelectual italiano Claudio Magris, en su obra La historia no ha terminado (2008): “Laico es quien sabe abrazar una idea sin someterse a ella, quien sabe comprometerse políticamente conservando la independencia crítica, reírse y sonreír de lo que ama sin dejar por ello de amarlo; quien está libre de la necesidad de idolatrar y de desacralizar, quien no se hace trampas a sí mismo encontrando mil justificaciones ideológicas para sus propias faltas, quien está libre del culto de sí mismo”.

Esta laicidad de Belliard es un bálsamo para un ambiente intelectual, académico y cultural que, como el nuestro, evidencia, en ocasiones, demasiada genuflexión ante ciertos fundamentalismos teóricos o metódicos o mesiánicos, que se agotan sin remedio en su propia esterilidad. Sin embargo, diría, a tono con Jordi Gracia y su genial y breve ensayo El intelectual melancólico. Un panfleto (2011), que sería un fraude melancólico e imperdonable pretender denunciar la pobreza de la cultura actual mediante el descrédito de sus desmanes y alienaciones, cuando de lo que debe tratarse, más bien, es de “transformar esa percepción descorazonadora en razones para el coraje estimulante”. Es coraje estimulante lo que necesitamos hoy para defender a cal y canto la racionalidad humanística contra la avasalladora racionalidad tecnocrática actual.

Por ello, y a pesar de mis reservas en torno a ciertos enfoques sobre determinados pensadores contemporáneos y sobre la cultura, coincido con el gran novelista y ensayista Mario Vargas Llosa, cuando sostiene que “si se piensa que la función de la literatura es sólo contribuir a la inflación retórica de un dominio especializado del conocimiento, y que los poemas, las novelas, los dramas proliferan con el único objeto de producir ciertos desordenamientos formales en el cuerpo lingüístico, el crítico puede, a la manera de tantos posmodernos, entregarse impunemente a los placeres del desatino conceptual y la tiniebla expresiva” (La civilización del espectáculo, 2012).

Así resalta el premio Nobel de Literatura 2010 la concepción de la crítica literaria que lleva parejos valores como la responsabilidad, a la hora de emitir juicios o ideas, y la inteligiblidad, a la hora de expresarlos o escribirlos. Son esos valores los que la convertirán, en cuanto que experiencia humana, en un patrimonio de todos. Una crítica con vocación y poder de orientación al lector.

El libro de Belliard está estructurado en cuatro grandes partes, a saber: a) la primera, que titula Nuestra orilla. Letras y hombres de la isla, donde detiene su mirada reflexiva sobre autores dominicanos, desde Pedro Henríquez Ureña, Juan Bosch y Moreno Jimenes, hasta Lupo Hernández Rueda, Enriquillo Sánchez, José Rafael Lantigua y Plinio Chahín, entre otros; b) la segunda, Retórica de la visión, en la que discurre su escalpelo crítico sobre el lenguaje plástico de connotados y también jóvenes artistas del país como Dionisio Blanco, Hilario Olivo y Juan Mayí, entre otros; c) la tercera, Retórica verbal. Teoría, crítica y poética, en la que predominan las reflexiones y atisbos teóricos, antes que retóricos, en torno al fenómeno mismo de la escritura y sus modalidades o géneros, así como la estrechísima relación entre palabra y silencio, arte y vida, realidad e imaginación, espacio urbano y creación poética, arte y melancolía, entre otros tópicos, y finalmente, d) la parte conceptualmente más densa de la obra, que denomina el autor Reseñas de otras orillas, donde la recensión, el abordaje crítico y las conferencias sobre temas humanísticos conviven armónicamente, para configurar un vasto mosaico de reflexiones, anotaciones y zambullidas de agudeza crítica por un mar de autores y obras que dejan claramente establecida la indetenible pasión de Belliard por la lectura y el oficio de pensar y escribir sobre cuanto lee.

Se duele el poeta y ensayista de lo que asume como ausencia de una tradición crítica en nuestra cultura. Acusa una carencia de entusiasmo en los críticos de método y academia.

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