FERNANDO INFANTE
El recibimiento ofrecido al Presidente Horacio Vázquez a su regreso el 6 de enero de 1930, luego de someter a tratamiento médico sus quebrantos renales en los Estados Unidos, fue un acontecimiento festivo que llenó de júbilo la capital de la República. Desde días antes se preparaba una multitudinaria recepción y el 3, una comisión encabezada por el Secretario de Salud y Beneficencia salió hacia Puerto Rico para acompañarlo desde allí hacia Santo Domingo.
El programa desarrollado para el recibimiento del mandatario resultó sobradamente satisfactorio. Toda la ciudad presentaba un «aspecto bastante dispuesto al regocijo». La bandera nacional daba patriótica vistosidad a los edificios públicos.
El ejército con su vistoso uniforme de gala marchaba hacia el aeropuerto Limberg a los acordes de su banda militar que tocaba notas vibrantes de gran marcialidad. La Policía Municipal y el Cuerpo de Bomberos; la Banda Municipal, la Policía Especial y el Cuerpo de Bomberos; la Banda Municipal, la Policía Especial de Carreteras y la Caballería del Ejército «todos en marcha constituían una nutrida contribución de entusiasmo».
Desde muy temprano los automóviles se dirigían al aeropuerto transportando al mundo oficial y los principales apellidos de la República que acudían con gran entusiasmo a darle la bienvenida al anciano patriarca. A la llegada del presidente y su comitiva más de doscientos de estos vehículos se encontraban alineados a ambos lados de la calle. El brigadier Rafael Leonidas Trujillo se encontraba allí, sobresaliente, atento al regocijado momento y a las efusiones de la multitud.
A las diez en punto de la mañana, entre el gentío que esperaba en el aeropuerto y todo su entorno, los mellizos Hernández fueron los primeros en divisar el aeroplano que dos horas antes había despegado de Puerto Rico con el apreciado pasajero y sus acompañantes dona Trina de Moya, su esposa, la sobrina de ésta Toñita, Angel Morales, Ministro en Washington y su médico personal el doctor Ramón de Lara.
Cuando el Presidente bajó del avión lo hizo del brazo del doctor De Lara y el vicepresidente de la República doctor Alfonseca. Al ser acomodado en su vehículo le colocaron algunas almohadas para atenuarle a su cuerpo adolorido las molestias del mal estado de la ruta a recorrer hasta su entrada a la ciudad.
A ambos lados de la carretera la gente lo aclamaba con entusiasmo, y cuando la comitiva hizo su entrada a San Carlos hubo repiques de campañas en las iglesias; las sirenas de las empresas periodísticas y el Cuerpo de Bomberos sonaron en alternada estridencia inundando de alegría todo el ámbito capitalense y sus entornos, lo que anunciaba a todos sus habitantes el feliz regreso de Don Horacio; aunque con un riñón menos.
Ya en la Mansión Presidencial, el Presidente permaneció recluido en sus habitaciones mientras en el salón de recepción el Secretario de la Presidencia Ginebra, el de Relaciones Exteriores Peynado, el Brigadier Trujillo y Martín de Moya atendían a los visitantes que inundaban la sede del Poder Ejecutivo para presentar sus parabienes por la fausta llegada de Don Horacio, quien, cansado de cuerpo y espíritu, tendría que enfrentar a partir del día siguiente, desde un saloncito especial que le fue habilitado en la planta baja de la Mansión Presidencial, el inquietante ambiente de intrigas y las sórdidas ambiciones políticas que afloraron impetuosas durante su ausencia, con carácter de crisis. Los graves acontecimientos surgidos en los últimos días del año 1929 en el seno del gobierno «habían hecho circular el rumor de que los secretarios de Estado presentarían renuncia tan pronto llegara el Presidente Vázquez». Las grandes y efectivas demostraciones del mundo oficial con motivo de su llegada, en parte encubrían esa pugna sorda que había trascendido al rumor público, cuyos principales protagonistas se preparaban para justificarse ante el presidente.
Poco antes de su llegada, La Información, en su columna de opinión «De la Hora Política», adelantándose a los hechos por venir, describe la especulación política de aquel momento. «Qué hará Horacio Vázquez cuando llegue? Esa es la pregunta que, formidable, está corriendo de boca en boca desde que se anunció su salida de Nueva York. Que le dirá a Alfonseca? Que le dirá a Trujillo? Qué pensará de Martín…» no dirá nada. Oirá de nuevo, probablemente todo siga igual porque en su cabeza el general Vázquez no encontrará una solución, porque él mismo Don Horacio estará de todo eso más que satisfecho, considerando lógica de su política personal y la realización de sus planes de marrulla para volver tranquilamente a sentarse en la mágica poltrona».