La lucha contra la pobreza

<p>La lucha contra la pobreza</p>

SILVANO A. RODRÍGUEZ
No quisiéramos entrar en contradicción con tantos intelectuales que han opinado al respecto, pues no nos gustaría que nos llamen contradictorios, al contradecir a personas que se supone están bien documentadas, y cuyas opiniones y sugerencias sobre el asunto tratado son las que mayor crédito reciben de los ciudadanos receptores de esas opiniones.

Hemos leído en numerosas ocasiones, y ya por varios años, lo que numerosos eruditos en la materia, incluyendo a los presidentes de turno, influyentes periodistas, políticos, secretarios de Estado, y hasta jerarcas de las iglesias, escriben y opinan a través de los diferentes medios de comunicación sobre el tan cacareado tema de la lucha contra la pobreza. Todos dan diferentes opiniones y sugerencias sobre cómo combatir este mal que tanto agobia no sólo al pueblo dominicano, sino a la mayoría de los pueblos de América Latina, Asia y Africa; pero casi todos coinciden en que el mejor elemento a aplicar para combatir la pobreza es la educación.

Sin embargo, estos intelectuales nunca se refieren a que hay personas muy bien educadas, algunas hasta con «Doctorados Honoris Causa», que son las primeras en practicar acciones que acentúan no solamente el flagelo de la pobreza, sino también la angustia, la agonía, la incertidumbre, el desespero, y hasta la desgana de vivir de nuestro pueblo. Estas personas son las que al ocupar cargos públicos, electos y designados, se preocupan más por sus beneficios particulares que por el de la comunidad que representan o para la que deben trabajar, y se convierten en corruptos, desviando los fondos públicos que administran hacia sus arcas personales, impidiendo que haya mayor inversión de los recursos del Estado en gastos sociales para beneficio de toda la comunidad.

También están los grandes industriales, empresarios y comerciantes, a quienes los gobiernos siempre ofrecen mayor protección que al mismo pueblo, cuyas acciones especulativas y su agiotismo siempre perjudican el poder adquisitivo de los más pobres. Claro está que, como grandes administradores de sus capitales, ellos se han permitido el lujo de, con sus abundantes beneficios, procurarse buen nivel educativo, la mayoría de los casos en el extranjero, para ellos y sus descendientes.

Y qué decir de nuestros congresistas, senadores y diputados, la gran mayoría de ellos bien educados hombres de leyes, abogados, economistas, doctores y licenciados, que se convierten en juez y parte, al aprobar leyes que otorgan millones de pesos a miles de organizaciones no gubernamentales y fundaciones fantasmas, de las cuales ellos mismos son los principales forjadores, y cuyos recursos obtenidos del gobierno lo utilizan para lucro personal y actividades proselitistas, pues cuando hacen alguna distribución de estos fondos, siempre hacen creer a los recipientes que están distribuyendo sus propios recursos.

No parecen haberse dado cuenta nuestros intelectuales, y por eso es que entro en contradicción con ellos, que en nuestras masas pobres y lo que queda de la clase media, hay numerosos bien educados médicos, ingenieros, contables, administradores y abogados que no reciben la oportunidad de encontrar empleos, no bien, sino ni siquiera regularmente remunerados, por lo que tiene que optar por ejercer otros oficios, como choferes del concho, dependientes en tiendas y supermercados y hasta de guardianes de seguridad, para poder subsistir con salarios que son vergonzosos. Así no se lucha contra la pobreza.

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