Observo con atención cómo y quienes organizan los temas de discusión etiquetándolos arbitrariamente de “relevancia”, pero que en el fondo responden al interés de la conversación que un grupo social quiere imponer; y qué mejor manera de generar acción y respuesta cuando eres creador tus propios antagonistas.
Escuchamos algunas personas del ámbito político y empresarial decir, de manera convincente y generalizada, que somos una sociedad conservadora. De tanto repetirlo, habrá quienes realmente se creerán que lo son, pero la verdad, es que muchas personas no están en plena consciencia del significado de dicha aseveración, y que ni siquiera se comportan en su diario vivir bajo parámetros que concuerden con tal pensamiento, sin reparar que son dichas políticas que le mantienen en desventaja económica.
Lo que me causa curiosidad, es entender cual es la verdadera relación que existe entre el resurgir una “nueva” variante de la derecha tradicional, cuyo fundamento es de orden económico, con el ataque constante y gratuito a quienes defienden los derechos de las mujeres.
Observo ante esta guerra de “ideas”, más bien, una provocación y necedad establecida que obedece a decisiones de puro marketing político, mecanismo que va ganando cada vez más importancia en función a llamar la atención de una sociedad extraordinariamente distraída por la cantidad de información, plataformas y medios, cuyo flujo de contenido está muy por encima de la capacidad de procesamiento humano.
Ante esta vorágine de entretenimiento y preservación de un falso estado de felicidad, ahora, lo que está funcionando es la creación de controversias inauditas, de manera constante, que permita mantener a una parte importante de la sociedad en una eterna discusión.
¿Y qué mejor experimento que atacar a la lucha feminista y a los temas relacionados con la comunidad LGTBQ+?
Eso no falla, es dar justo en la diana, porque despierta el más efectivo de los sentimientos: el odio.
Cualquiera se abruma con este bombardeo de contenido y sensibilidad que optará por salir corriendo para el lado de lo simple: el bien y el mal.
El radicalismo es bueno cuando se trata de erradicar males, como la delincuencia, porque nadie merece vivir bajo amenaza e inseguridad, sin embargo, es tiempo de aprender a reaccionar con mayor reflexión y moderarnos ante extremismos, sin caer en la trampa de aceptar injusticias, más bien, enfocarnos con mayor precisión y encontrar la vía más efectiva para lograr una sociedad con mejores garantías y menos desigualdades.
A modo de reflexión, hago estos cuestionamientos: ¿Es la clase docente dominicana que le introduce a los niños y niñas ideas fuera de su rango de edad?, o por el contrario, ¿Es la clase docente quien está lidiando con todo el contenido precoz que reciben nuestros hijos e hijas mediante las diferentes plataformas digitales a la que se exponen?
¿Afecta al vocabulario y a la precocidad infantil las manifestaciones culturales poco creativas que expresan de manera explícita tres cosas: sexo, violencia, drogas y fanfarroneo, consumida sin parámetros de edades y en lugares públicos?
¿Qué es lo que está causando un constante auto-cuestionamiento sobre la identidad sexual, en pre-adolescentes, convirtiendo cada acción natural de todo proceso de desarrollo humano, en una duda sobre lo que sientes y por qué?
Al final, más que hacer un juicio de valor, se trata de comprender y entender que la humanidad siempre encontrará una alternativa de subsistir.
Por eso estoy convencida que ambos extremos están cometiendo graves errores, unos por caer constantemente en provocaciones y asumir causas de casos aislados como si se tratara de un colectivo completo sin reparar que la gran desventaja, sin importar las circunstancias, sigue siendo económica, y otros, por hacer uso desmedido del odio, el irrespeto y la burla ante situaciones que causan dolor a personas que viven realidades difíciles por ser víctimas de violencia, discriminación y acoso, solo porque esto les generar llamar la atención.