La lucidez del viejo Quijano

La lucidez del viejo Quijano

POR GRACIELA AZCÁRATE
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“Hay quienes piensan que la obligación del director de opinión pública es la constante sugestión de arbitrios, remedios, recetas, fórmulas “para ir tirando”. Olvidan (entre muchísimas otras cosas) que puede existir la conciencia de un deber antagónico: el de aventar ilusiones, el de desarmar errores mil veces reiterados, mutuamente sostenidos y reforzados, el de tajar toda maraña viciosa, el de dejar que el curso de las cosas siga hasta el final la pura dialéctica de su nocividad y todo ir sea un ir hasta el fondo de los males para que los males tengan remedio, para que, en último término, en la intemperie dura, tónica, la tarea de una pueblo pueda reiniciarse en toda su ambición y desde el limpio principio”.

Carlos Quijano: “Obra Selecta de Carlos Quijano”

Muchos sociólogos y biógrafos de Carlos Quijano decían que con él, en Uruguay había nacido un nuevo tipo de intelectual “agrio, criticón, orgullosamente desvinculado del amparo oficial y sin mayor mecenazgo que el de sus pares”.

Leer sus editoriales, a lo largo de cuarenta años da una visión descarnada de la realidad  uruguaya y latinoamericana.

Para él la palabra clave era “lucidez”.

Con una prosa de lujo  se dedicó  a atacar la desenfrenada burocratización, el clientelismo, la improvisación, la postergación de los grandes intereses nacionales, fustigó el engolado discurso oficial y también insistió en denunciar “el no menos vacuo de unos opositores siempre dispuestos a acortar distancias a cambio de prebendas”.

De ahí que su frase emblemática fuera ”hay que rascar hasta el hueso”.

Obsesivo, apasionado y perseverante en sus editoriales,  los temas que abordó son una constante que persigue a lo largo de los años como por ejemplo el tema de la soledad, el de la fidelidad a los principios y a los fervores de la juventud. 

Muchos dijeron de él que era un “profeta del desencanto” pero si bien sus análisis son incisivos no es menos cierto  que sus artículos demoledores iban acompañados  de propuestas alternativas, de soluciones  que no eran fórmulas milagrosas, porque siempre negó el facilismo, sino que “propuso caminos posibles a la resolución de los grandes problemas del continente  alentando a los intelectuales a abandonar “ la pereza intelectual y la esperanza en una curación a base de cataplasmas”.

Los recopiladores de toda su obra, que va desde 1919 hasta 1983, la dividieron en tres grandes  grupos y abarcan Cultura,  Personalidades, Mensajes.

Destacan por ejemplo  el reportaje a  Miguel de Unamuno en París, hacia 1920, los temas dominantes de cultura tienen que ver con las luces y sombras de su generación por él llamada Nueva Generación, su tarea y su destino, y el de la Enseñanza como un todo, en función de las necesidades y carencias del país.

Para el  tema de la Nueva Generación, él evocaba una labor de misionero para pensar y actuar en el Uruguay de su tiempo. El tema que más lo preocupó fue la educación  que él creía totalmente inadaptada a las necesidades del país.

Analizó los problemas de la educación en una larga serie de editoriales  entre los que destaca: “El mundo es una gota de agua”. En esa serie, analizó los fines de la enseñanza, la aparente oposición entre ciencia y tecnología por un lado y humanidades por el otro, y se preguntó de manera reiterativa  si esa querella no encubría una falsa oposición. Cierra el editorial  con una pregunta muy grave: “¿De qué valdría la autonomía, puramente formal, por otra parte, en un país sometido al extranjero, en un país que tiene necesidad, o cree tenerla, de recurrir a la asistencia técnica de los ajenos para resolver sus problemas y dar consuelo a sus cuitas?”

Con una vigencia y actualidad de profeta o visionario en el editorial titulado  “Cara al desafío” afirmó que “la democratización de la enseñanza se ha detenido en los umbrales, que está esclerosada, que es una inversión, no un consumo y que existe un divorcio entre “la vida y la escuela” porque no habrá una reforma sustancial de la enseñanza sin una reforma en profundidad del país y sus estructuras”.

“Unamos el destino de la enseñanza al destino del país. Situemos a aquella, bien hondas las raíces, en la dramática realidad nacional”.

Cuentan sus antólogos que Quijano fue un maestro en el género de las necrológicas.  Personalidades tan  memorables  como Luis Alberto de Herrera, Juan Andrés Ramírez, Luis Batlle, Frugoni, en lo nacional; y Charles de Gaulle o  J.F Kennedy en el ámbito internacional quedaron dibujadas con claridad meridiana.

“Fue capaz de apresar en una frase, en un giro a veces, aquello de secreto y entrañable que lleva consigo cada ser humano, más allá de las contingencias, de las horas fastas o funestas de una existencia. Con una agudeza sorprendente y con un conocimiento de causa admirable, Quijano supo captar aquellos rasgos que definen a un personaje, ciertas insistentes fidelidades a causas o ideas que no tenían por qué ser las suyas, más allá de distanciamientos y de largos silencios”.

El antólogo Real de Azua dice  que en casi todas ellas, lo que importa es “la melancolía de las posibilidades individuales nunca alumbradas, su conciencia de un “patrimonio humano” nacional por encima de diferencias y de bandos, filiaciones e ideologías y aún, penumbrosos entresijos de su propia intimidad”.

Por ejemplo, cuando escribe la necrológica de Washington Beltrán, en 1932, aparece ese motivo tantas veces por él buscado y escrito: el de la fidelidad  sin fallas a ciertos  principios juveniles.

Escribió: “Buscó su verdad, a ella permaneció fiel, por ella conoció la pobreza y la lucha, por ella dio, generosamente, su vida”.

Los otros temas frecuentes son el del silencio en la aparente derrota, el de la grandeza para aceptar el olvido, el ostracismo o la muerte, como por ejemplo el texto dedicado a Eduardo Acevedo Díaz a propósito de la publicación de un libro: “Durante largos años, casi veinte, de 1903 al 21, Acevedo Díaz calló. Entre su expatriación y su muerte, el silencio. Y después de muerto, siempre el silencio, porque como ahora nos lo revela o confirma su hijo, no dejó nada escrito. […] Ni explicaciones ni justificaciones”.

Cuando escribe de  Lorenzo Carnelli: dice “…fue una extraña figura y tuvo también un destino melancólico y extraño”.

El decía que Argentina es un país de suicidas políticos  y que Uruguay lo es de desterrados por eso afirma que: “Carnelli fue un desterrado, perseguido por la calumnia, que marchó al encuentro de la soledad, impulsado por su propia rebeldía”.

En los editoriales de la década de 1960 deja el tono académico y se torna fervoroso.

Su estilo se afirma y es a ratos irónico, “siempre es cálido, confidencial. Pocas veces ese estilo se hizo agresivo, y cuando así ocurrió, Quijano siempre supo arreglárselas para no incurrir en el agravio. Llegado el caso, prefirió el desdén y el humor”.

En esos años de la revolucion cubana él escribe y piensa que Uruguay ha perdido “la facultad de pensar”.

“Carece de mitos vitales, de principios, ignora sus posibilidades y limitaciones, no tiene conciencia de su destino, colectivo y trascendente; la tarea primordial consiste en crearle esos mitos, en ayudarlo a encontrar “ese su destino”.

En el editorial titulado “Atados al mástil” (Marcha, 26/6/64), es a la vez una reflexión en torno a la crisis del Uruguay y un repaso de esos 25 años en los que vivió “atado al mástil” del semanario Marcha.

Recurre a la imagen marinera en  el sentido de su lucha, librada desde el puente del semanario, “planteando los problemas sin la mira puesta en los hombres que tienen la responsabilidad de resolverlos”.

En el último editorial “Los mitos y los hechos” el piensa “que el país debe comprender que es débil y pequeño; que está en un continente enfeudado; que el peligro y la amenaza rondan sus fronteras; que las nuevas técnicas, lanzadas ya a la conquista del espacio y de otros mundos, llevan camino de trastornar toda la escala de valores; que la victoria será de los más eficientes y lo más capaces; que en la insularidad no encontrará refugio; que el pasado no vuelve, que sus mitos están muertos y no le sirven ya, ni de arma ni de escudo. Y, por último, advierte que sólo se vive cuando se vive peligrosamente y que nuestra gran aventura “es la de recrear el país y crear la gran patria o las grandes patrias americanas”.

Acusado de pesimista y de dedicarse a la demolición el escribió: “Hay quienes piensan que la obligación del director de opinión pública es la constante sugestión de arbitrios, remedios, recetas, fórmulas “para ir tirando”. Olvidan (entre muchísimas otras cosas) que puede existir la conciencia de un deber antagónico: el de aventar ilusiones, el de desarmar errores mil veces reiterados, mutuamente sostenidos y reforzados, el de tajar toda maraña viciosa, el de dejar que el curso de las cosas siga hasta el final la pura dialéctica de su nocividad y todo ir sea un ir hasta el fondo de los males para que los males tengan remedio, para que, en último término, en la intemperie dura, tónica, la tarea de una pueblo pueda reiniciarse en toda su ambición y desde el limpio principio”.

Para Mirian Pino, catedrática de la Universidad Nacional de Córdoba que escribió la tesis: “La utopía sesentista en el discurso político-cultural de Carlos Quijano: el editorial Atados al mástil” (1964) , el director del semanario “Fue el rostro visible de un sueño colectivo, el exilio y la muerte en tierras mexicanas la constatación irrefrenable de que la realidad en política y economía tiene otro rostro, más real y menos irrevocable que el sueño marchista. El “nosotros” y el “yo”, que campean en las editoriales, presupone la estrecha comunión entre la palabra política y la coherencia de un accionar en la sociedad. El temor de Quijano y la urgencia de su discurso, que constantemente nos interpela, sigue señalando: “navegar es necesario, vivir, no”, aunque desde América Latina y a inicios de un nuevo milenio, navegar signifique el tránsito inusitado en el inmenso océano de la globalización”.

Fuentes: Internet: Fundación “Lolita Rubial”

Prólogo de: “Cultura. Personalidades. Mensajes.” Vol. VI, recopilación por Omar Prego, Gerardo Caetano y José Rilla (Mdeo., Ediciones de la Banda Oriental, junio 1992, 375 pág.) de la obra “Carlos Quijano”, editada por la Cámara de Representantes de la República Oriental del Uruguay.

Mirian Pino: “La utopía sesentista en el discurso político-cultural de Carlos Quijano: el editorial Atados al mástil” (1964)Universidad Nacional de Córdoba, Argentina.

Ardao, Arturo Prólogo a la Obra Selecta de Carlos Quijano. Ed. Cámara de Representantes, Montevideo. 1989. Tomo I.

FE DE ERRATA

En esta misma página 3, pero de la edición anterior, se publicó un trabajo suscrito por  Graciela Azcárate, que es quien ocupa regularmente este espacio. Sin embargo, por un error de diseño, el texto titulado: Carlos Quijano: un maestro del periodismo, apareció atribuido al sociólogo Wilfredo Lozano.  HOY ruega a la señora Azcárate y al señor Lozano que acepten nuestras disculpas por este yerro y por los inconvenientes que pudiera haberles causado.

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