La luz de la fe

La luz de la fe

“Lumen fidei”, “La luz de la fe”, es la primera encíclica del Papa Francisco. Un trabajo “a cuatro manos” se ha dicho de esta encíclica, pues el propio Pontífice admite que al escrito, casi  terminado por Benedicto XVI, él tan solo ha añadido “algunas aportaciones”, las cuales no por pocas dejan de ser significativas, principalmente, como ha advertido el teólogo Leonardo Boff, en la parte final, cuando Francisco, en contraste con el fuerte énfasis en la luz de la fe que ilumina todas las dimensiones vitales a que se hace referencia a lo largo de la encíclica,  afirma más modestamente:  “La luz de la fe no disipa todas nuestras tinieblas, sino que,  como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto basta para caminar. Al hombre que sufre, Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le responde con una presencia que le acompaña, con una historia de bien que se une a toda historia de sufrimiento para abrir en ella un resquicio de luz” (no. 57).

La mano de Benedicto XVI es palpable, sin embargo, a lo largo del trabajo. Prueba de ello es que en esta encíclica, al igual que en las anteriores del hoy Papa en retiro, abundan las citas no tanto de la Biblia, de otros papas y de los Padres de la Iglesia, como era común antes de Ratzinger ascender al pontificado, sino de pensadores tales como Dante, Nietzsche, Dostoievsky, T. S. Elliot, Wittgenstein, Romano Guardini y Martín Buber. Esto que, a mi modo de ver, es sencillamente refrescante –Ratzinger, por ejemplo, le encanta citar ateos como Nietzche- ha sido criticado, no obstante, por algunos, como Boff, para quien en “Lumen fidei” “solo hablan autoridades europeas. No se toma en consideración el magisterio de las iglesias continentales, con sus tradiciones, teologías, santos y testigos de la fe”. Quizás algún día el Papa Francisco supla este déficit de citas de autores provenientes del mundo poscolonial y del mal denominado Tercer Mundo y nos encontremos en las nuevas encíclicas con citas no solo de los teólogos y pensadores de estos lares sino de literatos como García Márquez y Borges.

Boff, en una crítica –hay que decirlo- excesivamente cáustica, por no decir injusta, de la encíclica, afirma que Ratzinger está obsesionado por la verdad y considera que la luz de la razón puede opacar la luz de la fe. Disiento del eminente teólogo pues pienso que Benedicto XVI ha dejado suficientemente claro en sus escritos que la fe y la razón se complementan y se necesitan mutuamente. Llega hasta decir que para Ratzinger “el propio amor debe someterse a la verdad”, lo que olvida “que el amor tiene sus propias razones”, o como diría Gilberto Santa Rosa, “cuando se aferra un querer al corazón y la conciencia no tiene la razón no valen los consejos”. Pero Benedicto XVI ya había dicho:  “Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida (…) La fe cristiana, poniendo el amor en el centro, ha asumido lo que era el núcleo de la fe de Israel, dándole al mismo tiempo una nueva profundidad y amplitud (…) Jesús (…) ha unido este mandamiento del amor a Dios con el del amor al prójimo […] Y, puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4,10), ahora el amor ya no es sólo un ‘mandamiento’, sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro” (Deus caritas est, 1).

Pese a la mano visible de Ratzinger, la huella de Francisco en “Lumen fidei” es indeleble. Creo verla cuando se afirma: “El cristiano sabe que siempre habrá sufrimiento, pero que le puede dar sentido, puede convertirlo en acto de amor, de entrega confiada en las manos de Dios, que no nos abandona y, de este modo, puede constituir una etapa de crecimiento en la fe y en el amor”. Con todo, “Lumen fidei” es, esencialmente, el legado de Benedicto XVI. Habrá que esperar la verdadera encíclica del primer Papa que se llama Francisco, la del Papa de los humildes y sufrientes, la del Pontífice humano que ruega al pueblo que lo bendiga, la del Papa que, como señala el siempre inconforme Hans Kung, “tiene los pies en la tierra”.  La de un Papa de un nuevo Concilio que, como lo fue Vaticano II, sea, para usar las propias palabras del Papa Francisco en esta encíclica, un “Concilio sobre la fe”, y que, como texto comprensible por todos, nos ayude, y aquí me sostengo en las bellas palabras de la petición a María que aparecen al final de “Lumen fidei”, a “a mirar con los ojos de Jesús, para que él sea luz en nuestro camino”.

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